Todo indica que junto con los vagones de la Línea 12 del metro capitalino cayeron también la credibilidad y las expectativas puestas en la 4T. ¿En qué medida? Eso lo sabremos el próximo 6 de junio. Pero es un hecho que lo que no consiguió (al menos cabalmente) el desastroso manejo gubernamental de la pandemia y la crisis económica, lo consiguió de golpe una tragedia que, no siendo resultado de un fenómeno natural como un sismo o una tormenta, tiene como responsables directos a gobiernos y funcionarios de Morena.

La gustada argumentación-justificación de los morenistas que remite siempre al pasado los problemas y sus responsabilidades, en esta ocasión no pudo ejecutarse: son sus administraciones y los personajes que las encabezan y encabezaron los que tienen que rendir cuentas. En ese punto, el control de daños se antoja imposible sin sacrificar a una de las dos figuras (o a las dos) que mejor representan para Morena la posibilidad de continuidad en el poder más allá del 2024: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.

Lo que ha revelado el derrumbamiento de la Línea 12 es una forma de gobernar propia de las burocracias más corruptas e ineficientes del mundo, sobre todo de aquellas que son partidarias del encubrimiento ideológico de la realidad, enemigas de la evidencia y de los hechos, de la investigación científica y de los saberes en general que terminan por cuestionar siempre sus proyectos y decisiones. Se trata de partidos en el poder con perspectivas cercanas al totalitarismo o tan autoritarios como para fincar en un solo discurso su visión y programa de gobierno.

Su bestia negra favorita, el neoliberalismo, esta vez no sirve para justificar las omisiones, corruptelas y complicidades que rodean una tragedia como la de la Línea 12. Con todo, sabemos que nunca permitirán que se determine quiénes son los verdaderos responsables políticos y administrativos del desastre; a lo sumo, intentarán culpar a alguna empresa, a algunos funcionarios menores o de plano a algún pobre diablo distraído que no supo nunca qué firmó.

Paradójicamente, la caída del metro hace emerger el verdadero rostro de estos gobiernos que han hecho de la “izquierda” su carta de presentación. Es un rostro dibujado por montones de mentiras oficiales que a diario van cayendo también una a una. Por eso no es raro que en Palacio Nacional odien a la prensa y a los organismos autónomos e independientes que procuran la transparencia y el acceso a la información: preferirían un mundo opaco donde la palabra del gobernante fuera la primera y la última; uno donde sólo sus medios y periodistas complacientes dieran cuenta de sus “otros datos”; uno en el que los verdaderos reporteros no pudieran importunar con sus preguntas.

Por eso fue que al otro día de la tragedia, en lugar de abordar el tema y de emplazar a las instituciones para que se conozca lo que ocurrió, el Presidente López Obrador se ocupó nuevamente de estigmatizar y tratar de enlodar el trabajo de los medios de comunicación y de sus críticos. No fue una distracción. Es una necesidad que López Obrador expresa con toda claridad: la 4T estaría mejor sin medios independientes, y ya de paso, pero no menos importante, sin transparencia, sin órganos de control, sin calificadoras, sin poderes ni institutos autónomos. Él sabe por experiencia propia –y porque lo ha aprendido también de los gobiernos “hermanos” de Venezuela, Cuba o Argentina– que la verdad, la información y los datos duros terminan siempre operando en contra de su forma de gobernar.

De alguna manera su administración, a pesar de la contundencia de los datos e informes internacionales que exhiben su pésima gestión de la pandemia y la crisis económica, ha conseguido mantener su popularidad y el respaldo a su partido. Esta vez, sin embargo, son muchas las facturas que se han acumulado y la caída de la Línea 12 parece la gota que derramó el vaso, aquello que puede marcar la diferencia entre los escenarios deseados por Morena y la cruda realidad política que termina por imponerse.

Entre los fierros retorcidos del metro, el caótico rescate de las víctimas y luego la humillante e infame atención a estas (sin material médico, por ejemplo), la gente alcanzó a ver nítidamente el gobierno que tiene: uno que siempre rehúye toda responsabilidad, con funcionarios ausentes, mediocres y sobre todo serviles, incapaces de señalar errores, criticar y menos aún denunciar nada; un gobierno que improvisa y compra no lo mejor sino lo más barato (al compadre, al amigo, al que le llegó al precio) para presumir de austero, no importa que en ello vaya la salud o seguridad de los ciudadanos; y uno que desprecia también a los expertos, especialmente si contradicen sus verdades o propósitos políticos o ideológicos.

Es el gobierno que para “acabar” con la corrupción nos hará pagar la cancelación del Aeropuerto de Texcoco a los estratosféricos costos que dijo originalmente la Auditoría Superior de la Federación (porque no hubo error). Es el mismo gobierno que hará que nuestros enfermos sigan sin medicamentos o que respiremos el veneno producido por sus plantas eléctricas. El que nos ofrece un tren “maya” con tecnología del siglo pasado, pero que según él será “seguro” y “eficiente”. El que persiste en las energías fósiles cuando todo el mundo civilizado está mirando hacia las energías limpias. El que ha evidenciado que lo poco que gobierna sólo lo puede hacer a través del Ejército.

Si ponemos atención a todo esto que dejó ver trágicamente la caída de la Línea 12, quizás esta vez sí estemos viendo el colapso de Morena.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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