En política, el tiempo perdido nunca se recupera. Junto con él se extravían ocasiones valiosísimas, oportunidades que jamás vuelven. Pero luego de perder el tiempo, sólo puede haber algo peor: no intentar recuperarlo. El Presidente López Obrador tuvo un año para, por lo menos, corregir su discurso; un año para ensayar algunas propuestas e iniciativas; un año para abrir un diálogo y trazar acciones conjuntas; en fin, 365 días para no volver a andar sobre los pasos de su indiferencia y profundizar su distanciamiento con la causa de las mujeres, por más ajena y extraña que le resulte.

Optó por no hacer nada. Y lejos de dar un viraje repitió una actuación que ya desde el 9 de marzo de 2020 (fecha del histórico paro de actividades de las mujeres mexicanas) había revelado su verdadera postura sobre estas protestas, presentándolas como “infiltradas” y que sólo sirven a los intereses del conservadurismo, la oscura mano que mece la cuna de estas movilizaciones.

En aquella ocasión, como ahora, el Presidente no estuvo solo. A sus prejuicios y fantasmagóricas conspiraciones se sumaron personajes como el piadoso Alejandro Solalinde, quien demostró que es un defensor parcial de los derechos humanos: las víctimas, si en algo cuestionan al Jefe Máximo, dejan de serlo; y hasta las mejores causas, si reclaman algo a la 4T, sólo pueden responder a una “mano negra”.

También entonces la secretaria de la función pública, Irma Eréndira Sandoval, hizo una gran contribución, declarando: “aunque les duela, (AMLO) es el presidente más feminista de la historia”. (En el olvido quedó, por cierto, la frase más sesuda de doña Eréndira: “el feminismo será antineoliberal o no será”).

Si en aquella ocasión el panegírico de esta funcionaria produjo innumerables burlas, un año después adquiere una dimensión particularmente grotesca: Félix Salgado Macedonio, repudiado transgresor sexual, ha exhibido a Morena y a su supremo líder no sólo como extraños a la causa de las mujeres, sino acaso como sus francos enemigos.

Por eso, la imagen del pasado 8 de marzo donde la sección femenil de su gabinete arropa al Presidente refrendando el “honor” que significa estar con él, lució francamente muy desganada y triste. En su fuero interno (alguno tienen), estas funcionarias saben que el gobierno de Morena ya perdió el piso frente a esta causa y ahora sólo le queda administrar lo que sigue: la candidatura de Salgado Macedonio (peor si gana), el aumento de la criminalidad contra las mujeres (porque así van las estadísticas) y el efecto nacional e internacional que provoca el abandono y desprecio por esta lucha.

Todo esto dice mucho sobre la forma que tiene de ver la 4T el activismo social que no está bajo su patrocinio o control; pero dice más sobre su arcaica y voluntarista visión del país: un México que parece no necesitar poner fin con urgencia a la barbarie, maltrato y desigualdad que padecen las mujeres. Uno donde por decreto la violencia y el crimen, por no decir la corrupción, terminarán toda vez que rige el “buen” gobierno.

Conforme pasa el tiempo –ese que pierden desinteresadamente, porque creen que “la historia” está de su parte y siempre los espera– va quedando más y más claro que el proyecto de la Cuarta Transformación va en sentido contrario a la modernización, en prácticamente todos los terrenos. El de las mujeres y sus luchas no podía ser la excepción.

Que nadie se llame a sorpresa: la perspectiva del gobierno morenista sobre las mujeres se corresponde perfectamente con sus proyectos prehistóricos en materia energética y ecológica; con su visión clientelar de la política social; con los enormes costos, corrupción e ineficacia de su capitalismo de Estado y con la abierta militarización del país.

Lo que está por verse, sin embargo, es el potencial impacto del movimiento feminista en las próximas elecciones. Si lo hay, no será desde luego por obra de los partidos de oposición, sumidos en un vergonzoso marasmo, en la defensa mezquina de sus posiciones y enfilados hacia la derrota con los candidatos de siempre, sino como resultado del descontento emergente de millones de mujeres y de la simpatía y solidaridad que despierta su movilización en muchos hombres.

Pero más allá de sus efectos inmediatos, lo mejor que le está pasando al país corre a cargo de las mujeres. Todas las fuerzas y actores políticos que realmente quieran cambiar las cosas, deben reconocerlo: hoy, la búsqueda de un México moderno, democrático, seguro, justo y libre para todos, tiene en la lucha de ellas su punto de partida.

@ArielGonzlez
Fb: Ariel González Jiménez

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