El enlace de mayor impacto en el círculo literario mexicano, como apunta Adolfo Castañón, fue el de Alfa Ríos y Andrés Henestrosa, al que acudieron, además de familiares y amigos íntimos de los contrayentes, personajes como Manuel Rodríguez Lozano, Emilio Prados, Adalberto Arroyo, Antonio Vargas McDonald, Antonio Ruiz “El Corcito”, entre otros.

La ceremonia tuvo lugar en Juchitán desde el viernes 24 mayo de 1940 y duró tres días, tres jornadas en las que el fasto de lo mestizo deslumbró e inspiró a los asistentes, como a Agustín Yáñez, quien describió a la gente y la fiesta: “Sonaron las marimbas, abrazáronse las parejas, corrieron aguardientes y aguasfrescas; de cuando en vez, la banda interrumpía los gritos lúbricos de la marimba, para recordar voces antiguas que plañen la agonía del viejo espíritu: ebrios de tristeza, los ancianos cantaban ‘La Llorona’, los mozos bailaban la gracia del Torito, y la enramada se inundaba con el sereno esplendor de la Sandunga”.

Otro de los convidados recuerda que, al transcurrir los festejos, “cobraba fuerza la sensación de que algo extraordinario, apocalíptico, ocurriría. Y ocurrió. Era la loca danza colectiva que tenía que acabar necesariamente en una suprema culminación. Se presentía la crisis de las grandes fiebres y llegó con el medio-xiga”.

La boda fue celebrada de acuerdo a las tradiciones locales. Luis Cardoza y Aragón la describe “suntuosa, inolvidable; sólo faltaron sacrificios humanos. Hacia el mediodía, bajo una enramada, el juez leyó el acta que firmaron los novios, padrinos y testigos. Tehuanas, graves aun en su risa, con atuendos de telas de algodón o terciopelo rojo y marco amarillo en el huipil, majestuosamente emprendieron su danza lenta, con acompañantes que veíanse lastimosos y disminuidos”. José Bergamín, buen amigo de Henestrosa, pudo deleitarse con los sabores, las tradiciones, el clima y la visión de las juchitecas. En las fotos del tiempo se le puede ver rodeado de mujeres ataviadas de manera fastuosa.

Al igual que a Yáñez, una de las cosas que más admiró Bergamín “fue los nombres de las mujeres, comenzando por los de la novia y las cuñadas”. En particular, lo hechizó Lucelia (luz del cielo), el cual fue un verdadero hallazgo que le inspiró “un gongorino soneto”: “Luce Lucelia luz celeste y clara, / Uniendo por las albas de su frente, / Con el día la noche, transparente / En cabello que a sombras declara”.

Bergamín descubrió de mala manera la gastronomía oaxaqueña. El relato de primera mano lo da Cardoza y Aragón: “Su apuro fue gracioso cuando circuló un guiso de iguana. Tocó apresuradamente madera al descubrir la piel serpentina sobre el pedazo servido y con gangosa voz de caricatura me dijo: ‘Me han dado un monedero. Y tú, ¿qué recibiste?’. Cuando vio los armadillos guisados en su concha le recordé que en su armadura a más de un conquistador habían cocinado y para volverlos apetecibles por las rendijas del yelmo les habían vertido chile verde y hierbas aromáticas. Abusé de aquello que él apenas podía mirar. Se repuso con tortas de camarones y otros manjares sin relación con supersticiones gitanas o de taurófilo malagueño o sevillano”.

En los retratos que los asistentes irían escribiendo perdura no sólo la memoria de la boda, sino la del mítico lugar en que se celebró. Para Raúl Ortiz Ávila, Juchitán “late bajo un aire de sueño. Sus casas blanquecinas se echan fuera de la vereda a descansar. Los árboles inmóviles. Polvo. Aire petrificado. Sol…”

El largo regreso en tren fue lo más pesado del viaje. Al llegar a su destino, los convidados sufrieron un golpe de realidad, al enterarse que la vida de la metrópoli se agitaba por el atentado contra León Trotsky, “hecho por David Alfaro Siqueiros precisamente el día en que arribaron a Juchitán, cuando intentó algo más que llevarle ‘Las mañanitas’”.

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