La herencia, la mayoría de las veces, constituye un alivio para los hijos. Aunque traspasar deudas es jurídicamente inviable, transferir una mala estrella es posible y debe ser el peor de los infortunios. Así lo acredita la historia de Merced Gómez García, quien tenía su residencia en Mixcoac, demarcación de familias acomodadas a finales del siglo XIX. Desde sus 13 años, Gómez despertó su vocación por la tauromaquia. Fue tal su obstinación que el 3 de abril de 1910, “El diestro de Mixcoac”, mote con el que se le conoció, debutó formalmente en “El Toreo”.

Su carrera en la fiesta brava iba en ascenso. Sus triunfos eran celebrados en México y su nombre poco a poco iba teniendo eco internacional. El 12 de enero de 1913 lidió, sin saberlo, su última corrida. Como un augurio, el toro abrió el muslo derecho de su rival. La herida, aunque severa, no atentaba contra la integridad del matador, pese a ello, nunca más volvió al ruedo.

Ya en franca recuperación, el 4 de marzo, Gómez decidió saludar a uno de sus amigos de gremio, avecinado en el número 38 de San Juan de Letrán, un conocido lugar de reunión para los taurófilos. En mala hora también llegó el español Antonio Ramos, “El carbonero de Sevilla”, cuya reputación no era la más afamada, por su mal carácter y su afición a la bebida y a lo ajeno. En más de una ocasión estuvo confinado por peleas y robos menores. Dado su historial, su compañía no era bien recibida y esa noche no fue la excepción. Luego de que el dueño de la vivienda le pidiera que se retirara, El carbonero salió malhumorado y regresó, alcoholizado, a cobrar la afrenta: “Merced fumaba tranquilamente un puro, cuando penetrando hasta donde los referidos Gómez y Cuatro Dedos se encontraban, prorrumpió en obscenas frases el criminal, y acto continuo, sin que el infortunado Merced tuviera tiempo para levantarse de su asiento, fue acometido por esa fiera humana, que en su apetito de sangre no conforme ver caído por tierra y desangrándose horriblemente al valiente Diestro, arremetió contra Cuatro Dedos”. Así, El carbonero clavó, alevosamente, una puntilla en la pierna de su víctima.

Durante un par de días, Merced se debatió entre la vida y la muerte, al final los doctores tuvieron que amputarle la extremidad inferior, lo que dio por terminada su aclamada carrera. Mientras tanto, El carbonero insistía en no recordar el incidente: “No señor —contestó la aguardentosa voz del ebrio incorregible—, como hace algunos años que me dedico a la profesión de bebedor, no recuerdo nada, pues los borrachos nunca nos acordamos de nada”. Con esa defensa, por su despreciable ataque, únicamente mereció cinco años de prisión.

La tragedia no concluiría ahí. Con el mismo empeño del oficio pasado, Merced se dedicó a la política y logró ser presidente municipal de Mixcoac en 1921. Entre los ajustes que hizo a su vecindario, el cambio de nombre de una colonia quizá sea el más representativo; hasta nuestros días subsiste la Merced Gómez en la nomenclatura sureña de la ciudad. Dos años más tarde, el 17 de mayo de 1923, el exalcalde murió gracias al derrumbe de una mina de arena, que irónicamente era parte de su herencia paterna. Ese día visitó el túnel y, al percibir el inminente desastre, el matador, con la valentía de antaño, se adentró a dar aviso a los mineros, pero encontró su tumba a los 35 años. Sus hijos tampoco fueron muy afortunados. De los cinco sucesores que tuvo, sólo dos rebasaron la veintena de edad. Su segundo vástago murió de ocho años, la última apenas llegó a los 19 y su hija Leonor no alcanzó ni el año de vida, pues falleció en 1922, meses después que el padre del torero y un año antes que el desafortunado “Diestro de Mixcoac”.

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