Los escrúpulos de Su Excelencia Antonio López de Santa Anna para aceptar los honores y cargos que le ofrecía el pueblo y que habían sido avalados por su grupo de notables el 15 de diciembre de 1853, terminaron de disiparse tras la excitativa que encabezó la prensa oficialista y la presión de diversos contingentes que bajo las premisas de “Dios, Libertad y Ley” y “estando unísonos en sentimientos de los jefes y oficiales de este cuerpo, con los demás que han expresado su voluntad (…) para que el actual señor presidente, por los muy distinguidos méritos y relevantes servicios que ha prestado a la nación en todas épocas”, lo urgían a escuchar el llamado de la patria.

Así, contra todo pronóstico, al día siguiente se dio a conocer la determinación final del xalapeño: “Que con presencia de todas las actas remitidas por las autoridades, corporaciones y personas más notables de todos los Departamentos y pueblos de la República, en apoyo de la declaración hecha en la ciudad de Guadalajara el 17 del mes anterior, y oído en el particular al consejo de Estado, de conformidad con lo que él ha propuesto en su mayor parte, y en uso de las facultades que la nación se ha servido conferirme, he decretado lo siguiente:

“Art. 1. Se declara que, por voluntad de la nación, el actual presidente de ella continuará con las facultades de que se halla investido, por todo el tiempo que lo juzgare necesario para la consolidación del orden público, el aseguramiento de la integridad territorial y el completo arreglo de los ramos de la administración.

“Art. 2. Que para el caso de fallecimiento o imposibilidad física o moral del mismo actual presidente, podrá escoger sucesor, asentando su nombre en pliego cerrado y sellado y con las restricciones que creyere oportunas, y cuyo documento con las debidas precauciones y formalidades se depositará en el Ministerio de Relaciones.

“Art. 3. El tratamiento de Alteza Serenísima será para lo sucesivo anexo al cargo de presidente de la República.

“Por lo tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento. Palacio del gobierno general en México, a 16 de diciembre de 1853”.

Con esta determinación —y otras posteriores— Santa Anna, además de ejercer la primera magistratura de manera indefinida, asumió las dignidades de Alteza Serenísima, Benemérito de la Patria, General de División, Capitán General, Gran Elector, Gran Maestro de la Nacional y distinguida Orden de Guadalupe y Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden Española de Carlos III.

A estas distinciones se le agregarían los versos de Francisco Gonzalez Bocanegra, ganador del concurso gubernamental convocado un mes antes para hallar un Himno a la altura de las circunstancias: “Del guerrero inmortal de Zempoala / Te defiende la espada terrible, / Y sostiene su brazo invencible / Tu sagrado pendón tricolor. / Él será del feliz mexicano / En la paz y en la guerra el caudillo, / Porque él supo sus armas de brillo / Circundar en los campos de honor”.

Ante tanto título y para disipar confusiones, el ministro de Relaciones precisó la manera de referirse al prohombre: “En las instancias o comunicaciones que se le dirijan directamente, se antepondrá el tratamiento de ‘serenísimo señor’ y lo mismo como antefirma”.

De inmediato Su Alteza Serenísima empezó a poner orden en la administración y para mejor proveer, dos semanas después ratificó la enajenación a los Estados Unidos del territorio de La Mesilla por 10 millones de pesos. El pueblo complacido veía que la transformación de los destinos nacionales iniciaban su marcha.

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