En 1933, el encargado de la publicidad de la Lotería Nacional era el artista Adolfo Best Maugard, quien concibió una ingeniosa campaña de medios para motivar a la gente a apostar a su fortuna y, por lo tanto, participar en los juegos de azar propios de la compañía. Para ello promocionó ensayos y entrevistas en los principales diarios nacionales que promovieran a la constatación de la suerte. Así, un grupo de jóvenes reporteros entrevistaron a diversos intelectuales para que dieran su posicionamiento respecto a un tema tan controvertido. Estos diálogos comenzaron a finales de abril y se extendieron hasta junio.

El 26 de abril se inauguró el espacio con provocativas reflexiones: “En la confusión ideológica en que vive y se mueve el hombre de nuestro tiempo, cuando las doctrinas se desvanecen y las teorías se disuelven, los espíritus se vuelven, inquietos, hacia conceptos que parecían desterrados, para siempre, de la existencia humana. El materialismo histórico y económico no podía admitir las ideas de azar, que aparecen extrañas y contrarias a la ciencia. Un matemático, un químico, un estratega, un financiero, no conciben lo que son estos conceptos. De pronto, la quiebra del materialismo histórico y económico impone nuevamente, a la atención del hombre, esos elementos imponderables que había olvidado y que tienen, sin ninguna duda, importancia esencial. […] Porque, en realidad, el hombre no ha dejado de creer en la suerte. Sobre todo, si es para desearla”.

Con esta antesala dio comienzo un desfile de personalidades que se sumaron a la incitación de Best Maugard y conversaron sobre tres premisas: “¿Existe la suerte?, ¿es ésta patrimonio de la humanidad? y ¿ha tenido contacto con la fortuna?”.

El escritor Federico Gamboa, desde una incredulidad añeja, aseguró que por desgracia el azar existía: “No me quejo de mi suerte personal. Sin mérito ninguno llegué a disfrutar de muy altos empleos”. A la pregunta sobre si la suerte podía cambiar la vida de alguien, ironizó: “¡Que pregunta, hijito! Si Santa se hubiera sacado la lotería, en vez de seguir el camino que le di, yo hubiese tenido que escribir otra cosa”. El ingeniero Joaquín Gallo, en el Observatorio de Tacubaya, respondió tajantemente: “Le diré que en ciertos dominios puede creerse en la suerte; de otros está absolutamente excluida. Por ejemplo: de la ciencia. Un descubrimiento científico es el resultado final de toda una larga serie de esfuerzos y reflexiones. Un buen golpe de fortuna, inesperado… esto es la suerte, cuando no se le puede encontrar explicación y menos justificación al éxito”. Mientras que el jurista Alejandro Quijano contribuyó a la publicidad: “¡Vaya si lo creo! Imagínese que yo gané en la lotería, un premio de diez mil pesos”.

Vicente Lombardo Toledano, entonces director de la Preparatoria Nacional, contestó abiertamente que la fortuna no existía, que todo era resultado de buenas o malas decisiones. Antes de terminar la entrevista, el reportero sacudió la postura del dirigente sindicalista: “—¿Así que no cree usted, señor licenciado, en la buena suerte? —¡No! ¡Ni en la buena ni en la mala! —Pues yo sí creo en mi buena suerte, porque estando usted tan ocupado, ha respondido a mis preguntas…” El profesor Alfonso Caso, aunque en el mismo tenor de Lombardo, matizó y mistificó su respuesta: “Sí, pero con una honda diferencia respecto a lo que cree el vulgo; yo estoy seguro de que cada quien hace su propia suerte”. Y sentenció: “Que en todo lo que se empiece, lleve el firme propósito de formarse, a sí mismo, la buena suerte”.

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