Luego de permanecer varios meses preso en el cuartel militar de Fort Bliss —ahora a cargo del general John J. Pershing—, Victoriano Huerta fue puesto en libertad condicional el 28 de diciembre de 1915 y pudo pasar la noche vieja con su familia, en el inmueble que rentaban en el número 415 de West Boulevard, en la ciudad de El Paso.Pese a su delicado estado de salud, ese día logró salir de la cama y jugar “dos o tres partidas de ajedrez con el general José Alessio ”; sus hijas tocaban en el piano acordes de viejas canciones mexicanas y sólo descansaban para que el fonógrafo repitiese incansablemente la voz de Billy Murray: “Oh, you beautiful doll. You great, big, beautiful doll”.

La dicha fue efímera. Huerta recibió el Año Nuevo con un cuadro de fiebre biliosa y gastritis. Ante el recrudecimiento de sus dolencias, su médico, el mayor Michael P. Schuster, sospechó que la vesícula estaba inflamada y decidió practicarle una cirugía. Fiel a su costumbre, Huerta rehusó la anestesia. Durante el procedimiento se detectó una posible cirrosis tóxica , cuadro que concordaba con la afición del jalisciense por la bebida. Aunque la operación se reportó exitosa, a partir de ese momento la salud del expresidente entró en un ciclo de aparentes mejorías y graves recaídas. Los diarios que declaraban su restablecimiento, al día siguiente se contradecían y pronosticaban un deceso inminente.

Durante su convalecencia , Huerta declinó el apoyo de enfermeras, únicamente permitía que su esposa Emilia lo auxiliara. Esta tarea se volvió más extenuante, ya que los reportes de Schuster indicaban que era necesario hacerle varias curaciones más para removerle el pus que se le había acumulado.

Desde su habitación del segundo piso, Huerta ordenó que su lecho fuera orientado hacia el sur para permitirle “ver las montañas de su tierra natal”. El 11 de enero se sometió a otra cirugía: “El general Huerta sufrió ayer después del medio día una cuarta operación semejante a las que le han hecho en ocasiones anteriores. El doctor Schuster (…)

manifestó anoche que el paciente presentaba un estado de suma debilidad; pero que tras la operación ofreció un mejoramiento aparente, por lo que no esperaba que se presente un peligro inmediato, por ahora”.

No obstante, la fatalidad se cernía. Tras la última intervención, fue llamado de urgencia el capellán Francis P. Joyce, quien le dio la extremaunción. Luego de los sacramentos, Huerta hizo su testamento. Extenuado, le susurró al médico que “estaba profundamente agradecido por todo lo que había hecho por él” y remató: “He hecho las paces con Dios y con la humanidad. Perdono a todos mis enemigos y espero que me perdonen. Estoy dispuesto a morir cuando llegue el fin”. A la una de la tarde perdió el conocimiento.

El jueves 13 se abandonó toda esperanza de salvarlo; llevaba más de 24 horas en coma. Su deficiente respiración y la lentitud del pulso indicaban, con claridad, que el antiguo feroz hombre de México agonizaba. En la tarde, su corazón latía en intervalos de 10 segundos.

Para las horas del crepúsculo, la luz apenas se insinuaba en las ventanas y las sombras empezaban a cubrir el rostro del general de división de 65 años. Fueron encendidas las velas; los familiares y amigos que lo acompañaban oraron. Su leal Emilia y sus tres hermanas no pudieron contener el llanto. “Por una de esas extrañas coincidencias, un pequeño reloj de marfil ubicado en una mesilla al lado de la cama, junto a una imagen de la Virgen María, se detuvo exactamente a las 8:35”. Dos minutos después, todo había terminado.

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