Fernando fue el menor de los hermanos Maass Flores que incursionó en el Ejército federal durante el porfirismo. A diferencia de Gustavo y Joaquín, se caracterizó por su opacidad. En sus años de cadete en el Colegio Militar era conocido como El carcacha. Su nombre apenas aparece en la prensa de la época como firmante en reuniones y en la publicación de sentidos poemas.

De las pocas notas que hay sobre él, se informa que se disparó en la mano al limpiar su arma; que fue titular de la Conserjería de la Casa de Hidalgo; que, en 1906, dirigió una arenga en conmemoración a la defensa del puerto de Veracruz en 1847; o que se le suspendió de sus funciones por abuso de autoridad.

El máximo grado que alcanzó fue el de coronel de caballería, el cual le fue concedido durante el gobierno de Victoriano Huerta. De su vida privada se sabe que se casó con Margarita Pérez-Maldonado, con quien procreó a sus hijos. Al enviudar contrajo matrimonio con María del Carmen Corona.

Tras el golpe de Huerta, la suerte de Fernando tuvo el siguiente cause: no queda claro si se adhirió por completo a la usurpación o sólo fue orillado por emular a sus hermanos. Participó en el frente de Sonora contra los constitucionalistas, aunque, en 1914, tuvo que regresar a la Ciudad de México por una rara enfermedad. Posteriormente fue designado presidente del Consejo de Guerra de División del Centro, cargo que desempeñaba desde las inmediaciones de Guanajuato. Tal parece que, a la caída del huertismo, confiado en que no sería objeto de represalias, fijó su residencia en León, donde experimentaría la crueldad de Francisco Villa.

Friedrich Katz denominó como “el Terror de la Ciudad de México” al periodo en que el líder del ejército del norte mandó ejecutar a más de un centenar de miembros de la clase alta y partidarios del régimen de Huerta, lo que abonaría a su reputación de sanguinario. Dicho talante se acrecentó cuando fue derrotado por Obregón en Celaya, enfrentamiento que también fue devastador, como lo describe un soldado del bando perdedor:

“Hay una gran cantidad de cadáveres insepultos y es casi insoportable la hediondez. Después de nuestros ‘equivocados hermanos’ los carrancistas, nuestros peores enemigos son las moscas, los piojos y las ratas. Las moscas son preciosas, verde pavo real, y hay millares que, de los ojos y las bocas de los cadáveres, vuelan a posarse en nuestra comida. Las ratas son tan voraces que, a pesar de estar panzonas de carne de muertos, ante nosotros van a morder nuestras pocas provisiones. (…) A los dos o tres días de bañados y limpios, ya estamos empiojados de nuevo”.

Para mitigar su derrota, Villa decidió avanzar sobre los poblados aledaños. Así, los sobrevivientes de su desvencijado ejército deambularon por la región del Bajío causando estragos. Fue entonces cuando acabó con la vida del coronel Maass, tal como consta en el acta de defunción respectiva: “El día 17 de abril del corriente año (1915) a las 6 y 15 de la tarde en el panteón nuevo de San Nicolás fue pasado por las armas (…) el señor Fernando Maass. El cadáver fue inhumado en aquella fecha en fosa común”.

En algún periódico estadounidense aparecen más detalles: “El coronel Fernando Maass de 58 años de edad fue fusilado (…) en unión de sus dos hijos. La ejecución fue ordenada a pretexto de que aquel había esparcido entre los habitantes de León la noticia del desastre sufrido por Villa en las inmediaciones de Celaya. En la necrópolis se cumplió la terrible sentencia, cayendo atravesados por las balas villistas los dos jóvenes Maass. El padre, estoico y sereno, los vio morir y en seguida se dio la última orden de fuego, revolviéndose su cuerpo en convulsiones de agonía”.

En los recuerdos familiares se cuenta que la viuda de Fernando y su única hija “quedaron a expensas de los revolucionarios, por lo que tuvieron que huir disfrazadas de indígenas”. En 1918 solicitaron a Carranza “una pensión vitalicia por los servicios que prestó su extinto esposo”. Su petición fue denegada.

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