El 6 de junio de 1944 un grupo de soldados estadounidenses aprendía técnicas de demolición en Camp Mackall. De pronto, hubo un error con la carga de dinamita, la mecha hizo que la explosión se adelantara, justo cuando el instructor, Harold Russell, se encontraba en el área. Cuando recobró la conciencia, según recuerda, sentía un dolor no excesivo, pero constante, en sus brazos. Temiendo lo peor, tardó varios instantes en atreverse a ver lo que había pasado: había perdido ambas manos.

Ya en el hospital, formó una pequeña comunidad con otros combatientes lisiados. Entre bromas y risas, Russell pudo atenuar las heridas físicas, sin embargo, a solas tenía miedo de lo que le aguardaba el resto de su vida, sobre todo cuando observó lo que serían sus nuevas “manos”: dos prótesis en forma de gancho. Al verse con ellas, sospechó que perdería a su novia y a sus amigos, y que sería visto como un fenómeno aislado. No obstante, el mismo aliento de sus compañeros lo motivó a dominar el manejo de los ganchos, terminar su convalecencia y continuar con su vida. Más tarde se casó e ingresó a la Universidad de Boston para estudiar negocios.

En el ambiente universitario protagonizó un pequeño documental, "El diario de un sargento", producido por el ejército con la intención de retratar la vida de los veteranos que habían sufrido la pérdida de alguna de sus extremidades. Russell apareció ante la cámara con un gesto melancólico y tímido, pero con determinación innegable. En 25 minutos demostró la gran destreza que había adquirido, haciendo todo tipo de tareas, desde arreglar minuciosamente su uniforme militar hasta viajar en tren por su cuenta. Se dejaba claro la independencia de la que podían gozar los heridos de guerra tras su recuperación, pero también destacaba el temple del protagonista. Fue quizás esto lo que llamó la atención del director William Wyler, quien decidió que Russell, quien distaba de ser un actor profesional, debía aparecer en su siguiente película a lado de estrellas de la altura de Dana Andrews y Fredric March.

"Los mejores años de nuestra vida" sería uno de los primeros retratos en la pantalla grande de los estragos psicológicos que dejó el conflicto bélico, mostrando cómo el estrés postraumático encierra a los sobrevivientes en círculos viciosos y aislamientos. La manera en la que encarnó a su personaje le mereció vítores de la crítica y de la incipiente Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, nominándolo a mejor actor de reparto. Al estar compitiendo con el eterno candidato Claude Rains, se pensaba que era imposible que el soldado obtuviera la estatuilla; es por esto que en mérito de su historia personal, se le concedió un laurel honorífico.

Fue amplia la sorpresa cuando, contra todo pronóstico, Russell no sólo se llevó el galardón especial, sino que también triunfó como el mejor histrión de su categoría. Hasta la fecha, es el único que ha logrado ganar dos Oscar por el mismo papel. En su discurso de aceptación, reconoció su incredulidad: “Muchas gracias. Dos premios en una noche es demasiado”.

A pesar del triunfo, su carrera actoral subsecuente sería muy parca; no había papeles para alguien como él e, incluso, terminaría por vender una de sus estatuillas en 1992. Sería en 1997 donde tendría una aparición relevante. Tras mucho convencimiento de parte del cineasta George Hickenlooper, actuaría por última vez en el filme "Dogtown" como un ingenioso vendedor de abarrotes.

Harold Russell falleció el 29 de enero de 2002 en un modesto asilo en Massachussets.

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