El 5 de febrero de 1903, los hermanos Flores Magón colgaron sobre el balcón de las oficinas de El hijo del Ahuizote una manta con la leyenda “La Constitución ha muerto…”, la acompañaron con un moño negro y se fotografiaron junto a sus trabajadores. Fue uno de los actos más emblemáticos de protesta en pleno auge del porfirismo. Tres días después, publicaron:

“Doloroso nos es causar al pueblo mexicano la merecida afrenta de lanzar esta frase a la publicidad: ‘La Constitución ha muerto…’ ¿Pero por qué ocultar más la negra realidad? ¿Para qué ahogar en nuestra garganta, como cobardes cortesanos, el grito de nuestra franca opinión? Cuando ha llegado un 5 de febrero más y encuentra entronizada la maldad y prostituido al ciudadano; cuando la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes y sobre la tumba de la Constitución se alza con cinismo una teocracia inaudita. ¿Para qué recibir esta fecha, digna de mejor pueblo, con hipócritas muestras de alegría? La Constitución ha muerto, y al enlutar hoy el frontis de nuestras oficinas con esta fatídica frase, protestamos solemnemente contra los asesinos de ella, quienes teniendo como escenario sangriento al pueblo que han vejado, celebren este día con muestras de regocijo y satisfacción”.

Esta provocación detonó la orden terminante de clausurar el rotativo, y encarcelar y perseguir a los magonistas. A pesar de este atentado a la libertad de prensa, los demás medios impresos callaron o se sumaron al linchamiento. La Patria criticó su osadía:

“Un semanario que para escarnio de la prensa mexicana se publica en esta capital, cuyas mal forjadas y peor dibujadas caricaturas, están al bajo nivel de su texto lleno de diatribas e insultos para las autoridades que sólo con serlo merecen respeto; cuyos redactores pretenden pasar por mártires de calabozo y que no llegan más que a la categoría de mercachifles; que en una fiesta cívica mandan enlutar el frente del jonuco en que garrapalean sus frases tabernarias, y ponen en la fachada un letrero diciendo: ‘La Constitución ha muerto’, y sin embargo por sus desmanes se encuentran en la cárcel respondiendo por ellos, tienen la osadía de invocar a aquella muerta para que los ampare y pretenden escudarse tras ella para seguir insultando a mansalva”.

El País los atacó sin mesura: “Siete cualquier cosa o siete don Nadie (…) Ricardo Flores Magón, Juan Sarabia, Enrique Flores Magón, Rosalío Bustamante, Luis Jaso, Alfonso Cravioto y Francisco César Morales (todos muy conocidos en su casa); unos músicos ignorados en su barrio, otros licenciados sin clientela y otros más sin oficio ni beneficio, vagos de profesión, intentan trastornar al mundo con notabilísimos artículos capaces de poner los pelos de punta y diciendo cada barbaridad que tiembla el Misterio de la Santa Trinidad”.

Catorce años después de estos sucesos, durante los debates en Querétaro sobre el artículo séptimo constitucional, el diputado Rafael Martínez de Escobar afirmó: “Seamos honrados, seamos sinceros, digamos la verdad. La prensa entre nosotros ha sido un potentísimo instrumento de las dictaduras para corromper los pueblos, para destruir el alma popular, para destruir las libertades: y ha sido un instrumento potentísimo para favorecer la demagogia y destruir los gobiernos liberales”.

Al final, el diputado Rafael Martínez Rip-Rip, tras narrar las injusticias a que “fueron sometidos los periodistas que se atrevieron a señalar las violaciones a la ley y a la condición humana durante el régimen porfirista”, indicó que no era equiparable la libertad de expresión con el quehacer gubernamental, ya que “el gobierno tiene todo lo que necesita, el periodista no tiene más […] que el recurso de que lo juzgasen hombres libres, hombres sin ligas oficiales”.

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