Si Manuel Caballero fue uno de los precursores de la moderna “nota roja”, José Guadalupe Posada fue uno de los principales ilustradores de los acontecimientos sangrientos de la capital.

En la última década del siglo XIX, Posada colaboró en múltiples proyectos del editor Antonio Vanegas Arroyo. Uno de los más populares fue La Gaceta Callejera, que se imprimía en la calle de Santa Teresa número 1, y que aparecía “cuando los acontecimientos de sensación lo requieran”. Estos sueltos se caracterizaban por “los títulos sensacionalistas, con grabados en grandes dimensiones, una tipografía muy particular y una crónica exhaustiva de los sucesos del momento, con un discurso moralizante y grandilocuente que busca llegar al corazón del lector”. Los dibujos de Posada eran estampas cotidianas que enmarcaban a distintos tipos sociales. Una vez que lo terminaba, éste no le pertenecía a él, sino al diario, por lo que es posible que en más de una ocasión se hayan reciclado sus trabajos.

Una de las ilustraciones más conocidas de Posada adorna este encabezado: “Escándalo de balazos en la calle de las Escalerillas”. El relato de los hechos comienza lamentándose de la cantidad de violencia que se percibía en la Ciudad de México: “Parece que, así como el tifo y otras enfermedades de ese género tienen sus épocas de desarrollo, el furor para matarse se hace también epidémico. En un tiempo sumamente corto se han dado multitud de casos sumamente escandalosos que, con sobrada razón, tienen alarmada a la sociedad, pues ha llegado a tal punto la falta de respeto y de consideración que se guarda a la gente que en ninguna parte se hallan seguras ni las más pacíficas personas, siendo continuo el peligro que corren de ser víctimas de un lance desagradable”.

A continuación se cuenta que el 27 de septiembre de 1893, casi a mediodía, en “El Buen Gusto”, se encontraba María de Jesús Méndez Betancourt, esperando a una de sus hijas, esposa del dueño del café. María provenía de una familia militar, su hermano era general y estaba casada, en segundas nupcias, con el alsaciano Juan Abegg. El amor los alcanzó a ambos a los 42 años. Su enlace no fue lo que esperaban, según dijeron los testigos cercanos. La señora Méndez había presentado una demanda de separación de cuerpos, entre otras razones, por el mal carácter de su esposo.

Ese día de septiembre en la cafetería, no se supo si la pareja se había citado en el lugar o por casualidad se encontraron en las mesas, pero tuvieron una discusión: “—¿Dónde tienes tu dinero? —Lo tengo en el banco —contestó la interpelada. —Pues yo —replicó— lo traigo aquí en billetes de banco —y se golpeó el pecho con el puño. Siguió versando la conservación sobre cuestión de intereses y como parece que le exigiera los dineros, la señora mirándolo amenazador, escapó”. Ella corrió al interior del local, donde trató de esconderse de la ira de Abegg, quien la perseguía por los pasillos. La agredida se refugió en la habitación de su yerno, pero su marido rompió un vidrio y desde ahí le asestó un tiro en el hombro. “¡Me has matado!”, gritó la mujer.

Abegg intentó huir del lugar, pero, no bien había salido, cuando se encañonó con su arma, “una bulldog”, y terminó con el desquiciante episodio: “Cayó muerto, como partido por un rayo”. Felizmente, María sobrevivió: “La señora, después de herida, fue conducida a la sala de la habitación de la señora su hija, mandando en seguida a avisarle al general Méndez, quien llegó poco después. Éste volviendo la cara a todos lados como un loco preguntó por fin: —¿Y él, dónde se fue? —Allá arriba, se pegó un tiro. (...) Todos callaron de manera lúgubre”.

Aunque Abegg había presumido que llevaba fajos de dinero por todo el cuerpo, al hacerse las primeras averiguaciones: “Sólo se encontraron papeles sin importancia, cigarrillos, etc, pero ni un solo centavo”. La Gaceta Callejera cerró la narrativa reflexionando entorno a la descomposición social: “Es triste tener que consignar a diario semejantes sucesos, que son desgraciadamente una prueba demasiado elocuente de la falta de moralidad que existe en nuestra sociedad”.

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