Manuel García González nació en el pueblo nayarita de San Luis, el 22 de septiembre de 1828. Desde pequeño quedó huérfano de padre, por lo que un pariente suyo, se dice que era su tío, le dio cobijo, José María Lozada era su apelativo, y el niño no dudó en trocar su apellido paterno por el de su protector.

Como todo asentamiento alejado de la capital, durante el siglo XIX, Nayarit sufría diferentes embates, la pobreza y la falta de justicia eran los primeros. En mala fecha, Manuel y su madre se ausentaron de casa, y un tal Simón Mariles aprovechó la ocasión para extraer los pocos bienes que poseían, entre ellos becerros, vacas, algunas gallinas y el dinero que guardaban celosamente en una olla: “Cuando regresamos y pude averiguar quién había sido el ladrón, dije a mi madre: ‘¡Éste me las pagará!’ Durante dos años no volvió a aparecer Simón, y nosotros vivíamos con mucha miseria; pero al fin (…) volvió; ya era yo un hombre; me armé de un cuchillo, lo estuve espiando, y al fin me lo encontré en un sendero en que lo cosí a puñaladas, creo que le di cincuenta”: había nacido El Tigre de Álica.

Tras ese asesinato, el antes campesino se internó en la sierra, donde convivió con coras y cometió otros actos de vandalismo, justificándolos “en favor de los menos socorridos”, lo que consolidó su carácter de forajido y asesino a sueldo. Su carrera cobró un rumbo inesperado cuando fue contratado por dos acaudalados extranjeros para proteger sus bienes de otros cuatreros, asumiendo que el fuego se combate con fuego. Carlos Rivas, hacendado de la región, fue comisionado por los interesados para contactar al Tigre, quien aceptó el puesto. Esta misión trajo visibilidad política al salteador e impulsó su reputación por toda la comarca. Con la bendición del grupo de élite, participó, desde su trinchera, en la triunfante Revolución de Ayutla.

Durante la Guerra de Reforma, Lozada tomó partido por el bando conservador, esta postura lo puso frente a frente con su peor enemigo y perseguidor, el general Ramón Corona. La fuerza del insurrecto no se contuvo ante la derrota de la reacción. A pesar del triunfo de Juárez y los liberales, siguió manteniendo el control sobre su territorio y el respaldo de campesinos e indígenas de la sierra. Su peso obstaculizaba el avance militar en la zona, por lo que el gobernador de Jalisco, que pretendía integrar a su dominio el territorio de Nayarit, valuó en 10 mil pesos la cabeza del enemigo, e incluso se sabe que pactó con mercenarios para cumplir el cometido.

Mientras tanto, en la prensa era común encontrar noticias sobre sus hazañas: “El bandido Lozada, a quien llaman El Tigre de Álica, indultado o tolerado por la autoridad, después de haber saqueado la haciendo de la Puga, y asesinado a sus moradores, asaltó el día 30 a Mojarras, robándose la caballada y treinta tantas armas de fuego”.

Otro hecho que sumó rencores contra El Tigre, y marcó su destino, fue su apoyo incondicional a Maximiliano de Habsburgo. Gracias a la llegada del ejército francés, controló Tepic sin mayor oposición, y como muestra de su popularidad, los habitantes de su pueblo natal cambiaron la nomenclatura por San Luis de Lozada. El emperador, consciente del respaldo, creó formalmente el departamento de Nayarit, y nombró al bandolero Caballero de la Orden de Guadalupe. A la caída del Imperio, el de Álica se supo desprotegido, replegó a sus tropas al monte y se mantuvo inactivo, mientras sus consabidos enemigos comenzaron a cercar al Tigre.

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