“Ver es un privilegio y el privilegio mayor es ver cosas nunca vistas: obras de arte (...). El lenguaje de la pintura —líneas, colores, volúmenes— entra literalmente por los ojos: su código es primordialmente sensible. La pintura es un lenguaje que se basta a sí mismo”. Para Octavio Paz la pintura fue una de sus obsesiones, como también lo fue el idioma. Su poesía la resolvió en palabras; en arte, sin embargo nunca incursionó más allá de sus ensayos, aunque a José Luis Cuevas le insinuó que de vez en cuando dibujaba. Fueron otros quienes incluyeron la figura del poeta en sus obras. Alberto Gironella, Lucinda Urrusti y Ángel Mateo Charris lograron traducir el rostro de Paz en obra plástica.

Otros artistas como Soriano y Cuevas intentaron hacer lo propio, pero argumentaron que al poeta no le gustaba posar ni para fotografías. De lo existente, dos fueron solicitados por instituciones: el de Urrusti por El Colegio Nacional y el de Charris para la galería del Premio Cervantes.

Acabo de descubrir que existe un cuarto retrato de Paz, hecho por José Moreno Villa en 1938. La obra no sólo es prácticamente desconocida, sino también especial, pues en ella aparece junto con Elena Garro, única pieza que enmarca a la pareja.

Moreno Villa fue huésped del matrimonio Garro-Paz cuando se exilió a finales de la década de los 30. Ese retrato lo elaboró en el estudio del cuñado de Garro, el pintor Jesús Guerrero Galván y se exhibió en México por única vez en noviembre de 1940 en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor, junto con otros retratos del malagueño: Carolina Amor de Fournier, Enrique Diez-Canedo, Carmen Barredo, León Felipe y Daniel Cosío Villegas. Después su rastro se perdió por más de cuatro décadas. Erróneamente, al narrar la parte que le contaron de esa historia, Helena Paz afirma que quedó en posesión de la familia y que pudo haberse quemado en el incendio del departamento de su padre en 1996.

En “Las columnas del Periquillo” (1940), —sección de chismes de la palomilla intelectual— Efraín Huerta hace una mención sobre él: “Actualmente, México está viendo que todos sus pintores — una mayoría, quiero decir— se entregan con envidiable ahínco al retrato. (...) Sorianito amenaza pintar un grupo familiar con los esposos Paz y su hijita, a la que llaman ‘la poetisa más joven de México’ (…). Si Juan Soriano pinta los retratos de Octavio, Helena y Laura Helena, no va a ser grueso el coraje de Moreno Villa, ya que éste, hace tiempo, hizo un cuadro semejante, aunque, es claro, sin la pequeña. Pero un día, José Moreno Villa despojó a los Paz del cuadro, de donde le surgió a Juan Soriano la idea de hacer uno por su cuenta. ¿En venganza? Es muy posible: se cuenta que el que pintara Moreno Villa no estaba del todo bien”.

La tela de Elena y Octavio pudo haber tenido diferentes destinos. El primero es que se haya quedado en poder de Paz y que, debido a sus iniciales dificultades económicas, lo rematara. Otro es el que señala Huerta, con algo de jiribilla, y que Moreno Villa se lo haya pedido a los retratados. Lo que insinúa suposiciones sobre la relación entre el poeta y el pintor, o quizá sólo sea que el resultado final no haya sido el esperado.

El lienzo fue visto por última vez en una exposición conmemorativa del centenario del natalicio de Moreno Villa, en Madrid en abril de 1987. En ese momento, y hasta donde se tiene conocimiento, pertenece a una colección privada. En el catálogo respectivo hallé la única imagen que se conoce de él. Ojalá la autoridad lo rescate y se integre al acervo paciano.

Esta no fue la única pieza que Moreno Villa le dedicó a Paz. También dibujó su mano y su rostro, ambos entre 1940 y 1941. Si Moreno Villa volvió el rostro del poeta pintura, Paz volvió palabras el rostro del pintor: “Rostros de Moreno Villa, nunca esculpidos ni dibujados, siempre móviles, cambiantes, saltando del asombro al desgano: viveza, lirismo, melancolía, elegancia sin sombra de afectación.”

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