De todo lo que se ha escrito sobre el poeta zacatecano Ramón López Velarde, poco se ha recordado su breve paso por los salones de la Escuela Nacional Preparatoria y la de Altos Estudios. Sobre polvorientos archivos de la UNAM se pueden seguir sus huellas como docente.

El jerezano atravesó una época de penuria a finales de 1913, cuando se encontraba en San Luis Potosí, como lo deja ver en cartas: “Contra mis intenciones de salir de aquélla, he permanecido por acá indefinidamente. Estoy contento, pues, (…) San Luis es tierra de mi devoción. En lo económico, lo he pasado regular, exprimiéndole algo y algo a la profesión”.

Tras la caída del huertismo, decidió residir en la Ciudad de México, sin embargo, sus finanzas distaban aún de ser saludables, por lo que, además de su actividad periodística comenzó a desempeñar cargos burocráticos. Para esos momentos, las instituciones mexicanas se reponían del primer embate de la Revolución.

El 4 de septiembre de 1914, Félix F. Palavicini, encargado del despacho de Instrucción Pública con Carranza, nombró a López Velarde profesor interino del primer curso de literatura en San Ildefonso. Cinco días después rindió protesta y tomó posesión de la cátedra, sustituyendo temporalmente a Eugenio Sánchez Fernández, aunque algunos testimonios sugieren que en realidad suplió a Luis G. Urbina, situación que a los estudiantes les pesó, pues le tenían gran admiración y respeto, y veían con recelo la llegada de un provinciano.

Esta nueva remuneración le ayudó a paliar sus apuros económicos. Indiferente a los vaivenes políticos, el poeta fue ratificado por José Vasconcelos, titular del ramo durante el gobierno de la Convención y conservó su empleo durante el año siguiente. En ese periodo se vinculó con los Siete Sabios, en particular, con Manuel Gómez Morin.

En su expediente consta que el profesor tuvo algunos inconvenientes administrativos, éstos muestran su carácter desenfadado. Al mes siguiente de su contratación, se le llamó la atención por abandonar las aulas antes de su hora de salida. También fue objeto de amonestaciones por no entregar a tiempo las listas de sus alumnos.

Las memorias de algunos colegiales muestran actitudes contrapuestas. Por un lado, decían: “Llegó un joven abogado de provincia, alto, robusto, bigote negro sobre la boca bien dibujada. Su mirar era dulce, su palabra afable y ademán cordial. (…) Era pausado al hablar, pues matizaba sus frases con las figuras y adjetivos que hicieron tan atrayente su poesía. (…) Me simpatizó desde su primera lección, por su modestia, su cordialidad provinciana y sus grandes inquietudes artísticas”. Otros aseguraban que “era opaco en la exposición”. No obstante, todos reconocían el placer de pasear con él: “En los atardeceres por las calles de las Artes desde Donato Guerra hasta San Juan de Letrán… Descubrimos entonces que era un conversador estupendo. De un detalle insignificante sacaba provecho para las pláticas. Un incidente trivial también servía para desbordarse en conversaciones”.

En diciembre, con Rubén M. Campos y Alberto Vázquez del Mercado, integró el jurado para evaluar a los egresados del segundo curso de literatura. También examinó en literatura de tercero junto con Erasmo Castellanos Quinto y Antonio Castro Leal. Sería su última intervención; ya no se le renovó contrato para el año lectivo de 1916.

A pesar de que juró no volver a trabajar en el gobierno, su amigo Pedro de Alba lo convenció de regresar a la docencia. Así, el 11 de febrero de 1921, Vasconcelos lo nombró profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Escuela de Altos Estudios, y ante la afluencia de bachilleres, se le pidió que apoyara con sus clases a Federico Gamboa, donde tenía 80 alumnos, su cátedra era de 11 a 12 los lunes, miércoles y viernes.

López Velarde acometió esta nueva etapa académica con nuevos bríos. Impulsado por las aspiraciones vasconcelistas, tomó como estandarte las palabras del rector: “Me obsesionaba la idea de la Universidad, (…) que acaso transformaría el alma de México…”. Estos anhelos se truncaron con su repentina muerte. A su fallecimiento, la institución aprobó un presupuesto de casi 116 pesos para completar los gastos del funeral.

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