Vicente Garrido Alfaro —progenitor del futuro “padre del bolero moderno”— comenzaba a ser reconocido hacía 1912. Se había hecho notar en pleno maderismo, cuando fundó El Noticioso Mexicano, que se destacó por su recalcitrante oposición. Desde sus primeras notas, Garrido denunció: “A decir verdad, desde el advenimiento del señor Francisco I. Madero al poder, (…) cuando no por un olímpico desprecio por las publicaciones periódicas, por un desencadenamiento de persecuciones, existe falta de libertad y hasta falta de garantías para quienes hacemos nuestro trabajo como redactores y que recibimos en premio de nuestros desvelos, de nuestro ahínco, de nuestra buena voluntad, el brutal golpe de la tiranía cuando se halla ocasión para asestárnoslo, en vez de las reivindicaciones bienhechoras que nos ofreciera el Plan de San Luis y que, como visiones fantásticas de un sueño irrealizable, se esfumaron para siempre en el entoldado cielo de moderna dictadura”.

Nueva Era, la trinchera de Gustavo A. Madero, ojo protector del nuevo régimen, tampoco le daba tregua a Garrido y aprovechaba cualquier ocasión para vilipendiarlo: “Vicente Garrido Alfaro es un individuo analfabeto, inconsciente, estulto e insignificante, tras el cual se escuda la más bien acabada piara de pícaros y raspabolsas, que ha producido el bajo periodismo metropolitano. (…) Este pobre necio, miedoso como un ratón, sólo sabe prohijar majaderías y firmar satisfacciones vergonzosas”.

Los ímpetus de Garrido no cedieron y a principios de 1913 llamaba al desacato: “Madero ha venido a hacer el papel de un guiñapo de feria en nuestra patria y (…) se logrará la tranquilidad nacional, cuando la renuncia de dicho mandatario se efectúe”.

Tras el golpe de Estado de febrero, los periódicos maderistas fueron lapidados y quedaron en pie aquellos que rechazaron al coahuilense, entre ellos El Noticioso Mexicano, que festinó la usurpación. La afinidad de Garrido con Huerta se evidenció desde que el rotativo estrenó unas modernas oficinas en la calle de Medinas. En reciprocidad, el 31 agosto el joven editor organizó un evento para afianzar el trato entre los columnistas y el huertismo.

Al convite acudió la crema y nata de la prensa, incluso algunos viejos redactores anunciaron que asistirían por solidaridad con el gremio. El pretexto del banquete fue honrar a la Asociación de Prensa, donde Huerta sería el invitado de honor, acompañado de su gabinete. Garrido no escatimó en gastos y los medios insistieron en la fineza y suntuosidad de la decoración, se puso un dosel rojo y el jardín se llenó de rosas del mismo color.

Al llegar el general se entonó el Himno Nacional y el anfitrión efectuó el brindis. Huerta expresó su simpatía para los “chicos de la prensa” que en su concepto “son acreedores a toda su atención y cariño”, destacó, con una jovialidad reveladora, “que la situación ha mejorado notablemente” y les pidió a los “repórters que se sumaran a su proyecto de militarización, enaltecedor, pues se trata de que los 'soldados de la prensa' sin dejar su lápiz y la pluma por el fusil, en un simbolismo patriótico, demuestren su adhesión a la causa nacional: la pacificación”. Todos los presentes ovacionaron la sugerencia de Huerta y varios se acercaron con el ministro de Guerra para ponerse a sus órdenes. En ese momento, Garrido supo que había vencido y una anticipada visión orwelliana cubrió sus pensamientos: “Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano.”

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