En Estados Unidos, el conteo de votos sigue. Queda cada vez más claro que Joe Biden probablemente gane al final del conteo, con consecuencias importantes para el futuro del país y su relación con México, pero mientras tanto, seguimos esperando los resultados finales, probablemente hasta el mediodía del viernes o más tarde.

Es un proceso largo y difícil de esperar, pero también es un testimonio al temple democrático del país. Si bien algunos de nosotros nos hemos preocupado por la creciente polarización, hay que reconocer que esta jornada electoral ha sido una reafirmación de la tradición republicana de Estados Unidos y de su pueblo.

Para empezar, más de 150 millones de norteamericanos, más de dos terceros de los que están registrados, votaron en estas elecciones. Ese porcentaje supera la tasa de participación en todas las otras elecciones en Estados Unidos desde 1900. En medio de una pandemia y una crisis económica seria, salieron los estadounidenses a votar más que en cualquier elección desde hace 120 años. Eso augura bien para la salud de la democracia.

Y si bien hay algunas protestas aisladas, la mayoría de estadounidenses estamos esperando los resultados, dejando que las autoridades locales cuenten todos los votos como corresponde. Era un ciclo electoral inédito, con más de la mitad de los votos por correo, debido a la pandemia, y simplemente toma más tiempo contar las boletas en este escenario.

La demora no es del todo mala. No sólo muestra la capacidad del sistema electoral, que es altamente descentralizado al nivel de condados y estados en el país, con miles de puntos de control local, sino también ha ido bajando los ánimos pos-electorales un poco. La paciencia induce la reflexión y ojalá cuando termine todo esto, haya servido para que ambos lados asimilen los resultados y acepten con gracia su victoria y su derrota.

Sin duda, somos un país dividido. Estas elecciones no generaron una avalancha a favor de uno de los dos candidatos, como las encuestas predecían y los partidarios de ambos candidatos querían (cada uno para ellos, por supuesto). De hechos, los resultados de las elecciones dejarán un Congreso dividido, con un Senado controlado por los republicanos y una Cámara de Representantes por los demócratas.

Mientras tanto, según la proyección de Nate Silver de FiveThirtyEight, uno de los analistas más profesionales en Estados Unidos, Joe Biden terminará con una ventaja de unos cuatro puntos encima de Donald Trump —o más—, doble del margen que tenía Hillary Clinton sobre Trump. Con ese margen de diferencia, es probable (pero no seguro, por lo menos en este momento que escribo estas líneas) que Biden también gane el Colegio Electoral que determina el ganador de las elecciones.

Biden logró ganar por lo menos dos de los estados del centro del país que le dio el margen a Trump la vez pasada contra Clinton —Michigan y Wisconsin— y probablemente el tercero también, Pennsylvania (aunque seguirán contando ahí hasta el viernes). También incursionó en territorio republicano en Arizona, gracias en gran parte al voto mexicoamericano, y es probable, aunque no seguro todavía (al escribir estas líneas) que lo rebata Trump. Y en Georgia, con un voto afroamericano importante, parece que Biden también ha sido competitivo con Trump, el primer demócrata en tener la posibilidad de ganar ese estado desde 1980.

No fue un voto masivo para Biden, pero todo parece indicar que sí ha sido lo suficiente robusto y geográficamente diverso para darle el margen de la victoria.

Pero quizás el mayor ganador en este proceso electoral ha sido el pueblo estadounidense. Sigue siendo un país ideológicamente dividido, pero las instituciones que se han forjado durante los últimos dos siglos, con sudor y a veces sangre, parecen haber sobrevivido y hasta salido más fuerte de este periodo de polarización extrema, y eso es algo que merece celebrarse.

Presidente del Instituto de Políticas Migratorias (MPI). @SeleeAndrew

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