Los últimos meses de turbulencia en los Estados Unidos han suscitado en muchos foros entre varios especialistas la pregunta de si este país sigue siendo un modelo de democracia.

Me parece, que el primer cuestionamiento es ¿EUA es un modelo de democracia? Tal como lo son según datos del 2020 en The Economist, Noruega, Islandia, Suecia, Nueva Zelandia y Canadá.

Es cierto que EUA es un referente histórico de la democracia. Este país, junto con Francia, durante las revoluciones burguesas del siglo XVIII dieron al mundo una muestra de una clase burguesa organizada que pugnaba por sus derechos a través de la representación y el equilibrio de poderes. Desde la Declaración de Independencia se pusieron de relieve los valores de la igualdad, la libertad, la propiedad, entre otros. Incluso, a pesar de las notables diferencias del proyecto de nación que buscaban los Estados, manifestadas por acaloradas discusiones, se culminó en un pacto social manifestado en la Constitución de 1787, con el mérito de no tener la secesión de algún Estado.

Desde ese momento y hasta nuestros días, el discurso estadounidense ha resaltado la igualdad como base teórica y fundamental de su democracia, reforzando y abusando, incluso, de la idea de modelo democrático.

Es así, que durante el siglo XVIII se estableció un sistema electoral indirecto, basado en el Colegio Electoral que pretendía no poner en desventaja a los estados pequeños y, a su vez salvaguardar la independencia frente a la Federación. Dicho sistema fue replicado en algunos países de América Latina, los cuales en su totalidad lo han eliminado.

En la actualidad, el sistema electoral de EUA evidencia una falta de correspondencia con las exigencias contemporáneas en relación a la nueva realidad social y geopolítica al interior del país. Aún más, es uno de los aspectos que permiten no llamar modelo democrático a este país, al menos en lo que a algunos mecanismos se refiere.

No sólo el agotamiento del sistema electoral da muestras de la urgente necesidad de transformación y modernización norteamericana. Hechos como el ocurrido con George Floyd, y que se siguen repitiendo y que exigen una reforma policial que toque el orden local, estatal y federal, no con nuevas normas cosméticas, sino con una forma radical de entender la seguridad pública. Temas como la rendición de cuentas, protocolos sobre el uso de la fuerza y el sentido comunitario seguirán dando vueltas entre la sociedad estadounidense y los organismos Internacionales.

Es cierto, la institucionalidad y el estado de derecho en EUA funciona, y ha sido capaz de llevar al “Impeachment” a tres presidentes, Johnson, Clinton y Trump. En el caso de este último, en dos diferentes ocasiones: la primera por el caso Ucrania y la más reciente por “incitación a la violencia”, pero ninguno de estos cuatro casos prosperó.

La consecuencia de la absolución de Donald Trump será su probable candidatura en el 2024, hecho que buscaban impedir los demócratas con un “impeachment” fuera de su periodo presidencial, al no lograrlo existirá la motivación necesaria, más no necesariamente el quorum, para volver un tema central la reforma al sistema democrático del país antes de las siguientes elecciones para el ejecutivo.

La mancuerna Biden-Harris tiene trabajo urgente e importante por hacer. Lo urgente, la crisis sanitaria y económica provocada por el COVID-19, cuyos efectos buscan contrarrestar con los paquetes financieros que se estarán discutiendo estos días en el Congreso. Lo importante, la unidad social en un marco de modernización y reformas estructurales que fortalezcan a EUA como un modelo actual y no sólo como un referente histórico, cuya democracia en la actualidad, huele a polilla.

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