Lo bueno: Todos ganaron y todos perdieron algo. No hubo absolutismos. Eso habla de una democracia plural, sinónimo de una democracia sana.

Morena se hizo de 11 gubernaturas, pero perdió escaños en la Cámara de Diputados. Ganó legislaturas locales para tener el control en 19 de ellas, pero sólo se queda con 7 de las 16 alcaldías en la CDMX. La oposición logró avanzar como bloque en la Cámara de Diputados, aunque tanto PRI como PAN perdieron gubernaturas. El PRI, es de destacar, perdió las ocho que tenía que defender y, aún así, el dirigente del partido, Alejandro Moreno, se premió con una diputación plurinominal en una clara señal de que no ha entendido nada de nada respecto al hartazgo con esos privilegios cupulares. El PAN perdió Nayarit y Baja California Sur, pero creció sus escaños en la Cámara de Diputados y tuvo ganancias importantes en la CDMX, incluyendo escaños en la legislatura local.

Y precisamente porque no hubo ganadores absolutos ni perdedores aplastados me parece que el proceso de impugnaciones y batallas en el tribunal electoral tan violento que se preveía, no se ha presentado.

Aplausos de pie a la labor del INE y a todos los ciudadanos que participaron en hacer de las elecciones, una vez más, un ejemplo de limpieza y funcionabilidad.

Lo malo: La división de los mexicanos que se hizo evidente en el resultado electoral. El país completamente dividido y un presidente que cree que es buena idea usar la tribuna presidencial para denostar con un “lástima fifí” por las derrotas de ‘los otros’. Se puede celebrar que AMLO no fue más violento con los resultados y que quiso pintarse como el gran ganador aunque, habiendo él solo puesto la vara tan alta al decir que quería la mayoría calificada (334 diputados) para poder modificar la Constitución, y al haberse quedado con 198 por sí solo, con la posibilidad de crecer hasta 280 con los penosos aliados, PT y PVEM, lo que hizo fue una pantalla de victoria. AMLO, es claro, no sabe perder, pero tampoco sabe ganar.

Lo feo: la felicitación y agradecimiento de AMLO a la delincuencia organizada por “portarse bien” y en contraste, el regaño a la delincuencia de cuello blanco por “portarse mal” el día de la elección. Primero, es de no creerse poner en el mismo peldaño a unos y a otros. La delincuencia organizada dejó unas campañas marcadas por la violencia. Ni uno solo de los asesinatos de candidatos ha sido resuelto ni encarcelado culpables. Si el domingo 6 de junio no hubo asesinatos, fue porque la delincuencia así lo decidió, no porque el presidente haya implementado acción alguna para evitarlo.

Lo peor: El día después de las elecciones se publicó en el Diario Oficial de la Federación, en un acto por demás burdo, las reformas al Poder Judicial en el que se incluyó el transitorio que extiende el periodo del ministro presidente, Arturo Zaldívar, hasta 2024. Esto es un regalo que daña a Zaldívar y daña al Poder Judicial. Significa una apuesta que hace el presidente López Obrador a la persona de Zaldívar, no de López Obrador a la institución del Poder Judicial, y no de los pares de Zaldívar al propio ministro presidente. Por lo anterior es denigrante y ofensivo para la Suprema Corte; para Zaldívar y para sus pares que quedan como incompetentes, no solo para llevar a buen curso la implementación de las reformas al Poder Judicial, sino para encabezarlo.

www.anapaulaordorica.com
@AnaPOrdorica