Los datos de inversión no dejan dudas: el Plan México no funciona. Los grandes empresarios pueden ir y venir a Palacio Nacional a reunirse con la presidenta y salir en la foto, pero a la hora de sacar dinero de sus carteras México no es hoy el elegido.
El Indicador Global de Opinión Empresarial de Confianza del Inegi se ubicó en noviembre en 48.3 puntos y lleva nueve meses por debajo del umbral de 50 que marca el pesimismo. La inversión fija bruta arrastra una caída de casi 7% y, tras la contracción del tercer trimestre, el Banco de México ya sólo prevé un crecimiento de 0.3% para 2025. Con esa fotografía, el eslogan de “apuesten por México” suena hueco.
Jorge Castañeda relató en su Substack reciente una anécdota personal: en un desayuno con empresarios del Grupo de los Diez en Monterrey les preguntó qué porcentaje de sus nuevas inversiones estaban destinando a México frente al exterior. La respuesta fue casi unánime: 80% fuera, 20% en México. Esa proporción dice más que cualquier comunicado optimista.
Y eso es si volteamos a ver sólo a los grandes, que reconocen que hoy existe un entorno más abierto para el diálogo con el gobierno que el que tenían con Andrés Manuel López Obrador. Sheinbaum ha tejido puentes con Slim y otros pesos pesados, ofrece un Plan México con obra pública y promete un consejo permanente con el sector privado. Pero las grandes empresas son sólo una parte de la historia.
Las inversiones que influyen en el crecimiento del país provienen en su mayoría de las pequeñas y medianas empresas. Y para estos empresarios no hay puertas abiertas en Palacio Nacional. Lo que hay es incertidumbre.
Aunque las MiPyMES representan la gran parte del pastel productivo del país porque generan cerca de la mitad del PIB y alrededor de siete de cada diez empleos formales, se enfrentan a trámites engorrosos, a poco acceso a crédito, poco apoyo ante las extorsiones del crimen organizado y a la incertidumbre legal que implica el cambio en el Poder Judicial. A ello hay que añadir la incertidumbre de la revisión del TMEC y las constantes amenazas de Trump de cambiar las reglas del juego comercial.
Así, la señal para el pequeño empresario no es “invierta más”, sino “sálvese quien pueda”; y si el bloque que produce la mitad de la riqueza y la mayoría de los empleos no tiene condiciones para arriesgar capital, el bajo crecimiento deja de ser un misterio para convertirse en la consecuencia lógica de un gobierno que no piensa en el ecosistema de negocios que realmente mueve a México.
Los grandes empresarios se reúnen con la Presidenta, le sonríen y le prometen que van a invertir, pero mantienen el grueso de su capital fuera del país. Los medianos y pequeños enfrentan un entorno adverso sin que el gobierno los voltee a ver. Así que no sorprende que, pese al buen ánimo dentro de Palacio Nacional para dialogar con los grandes empresarios y a las peticiones para que “le apuesten a México”, la inversión privada se haya desplomado y la economía esté prácticamente estancada.
Apostilla: 1. Si el gobierno presume austeridad, debería haber un límite a los mítines que puede organizar al año. El del Zócalo del sábado para celebrar siete años de Morena en el poder es un tiradero de recursos públicos pagados con nuestros impuestos para que el gobierno se tome la foto, mida músculo y ataque a la oposición.
2. La misma manifestación sirvió para traer a los gobernadores de Morena a la CDMX. Entre ellos Alfredo Ramírez Bedolla, de Michoacán. Mientras marchaba para apoyar a la presidenta, un coche bomba explotó en Coahuayana, su estado. Una prueba más de que para él los michoacanos son lo de menos.

