A Luz Elena, Laura Elena y Alba Karina; las maestras de mi familia

En su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario), el sociólogo François Dubet sostiene que la intensificación de las desigualdades procede de una crisis de las solidaridades, es decir, la pérdida del sentimiento de vivir en el mismo mundo social. Haciendo mía la hipótesis del autor, sostengo que el enfoque pedagógico de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) y el plan y programas que le acompañan representan una posibilidad para construir lazos de fraternidad que hoy se encuentran endebles y que se palpan en malestares sociales como la violencia, la corrupción, la crisis medioambiental, la violación sistemática a los derechos humanos, el asesinato de periodistas, los feminicidios, la desaparición forzada, la discriminación, el racismo, entre otros.

La NEM se asume como la institución del Estado mexicano responsable de la realización del derecho a la educación de las mexicanas y mexicanos. En este marco, el Plan de Estudio para la educación preescolar, primaria y secundaria busca articular cuatro elementos: 1) integración curricular; 2) autonomía profesional del magisterio; 3) comunidad como núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje y; 4) el derecho humano a la educación. Para ejecutarlo, se consideran dos tipos de programas: el sintético y el analítico. El primero tiene como función proporcionar elementos centrales para el trabajo docente a partir de contenidos generales asociados a cada campo formativo (Lenguajes; Saberes y Pensamiento Científico; Ética, Naturaleza y Sociedades y; De lo Humano a lo Comunitario). Es en el programa analítico donde las posibilidades de construir, imaginar y proponer son infinitas, pues se recupera el contexto como una variable que orienta el desarrollo de los contenidos. Mi lectura es que esta concepción genera la posibilidad de construir planeaciones didácticas más colectivas, colegiadas e integradoras, que exigen una participación más activa y creativa del personal directivo, docente, alumnado y madres y padres de familia. Y con eso, se está dando un gran avance.

Ahora bien, el éxito de una política de esta magnitud depende de la capacidad de hacer coherentes las ideas y principios que orientan la lógica pedagógica y organizacional de la NEM, con instrumentos que favorezcan su coordinación e implementación. Es en esta interacción donde los grandes proyectos se pueden convertir en grandes fracasos. Garantizar el derecho humano a la educación tal y como lo plantea la NEM tiene un costo; exige un compromiso permanente y responsable del Estado. Ni los documentos públicos que sustentan la propuesta, ni las autoridades educativas han informado la inversión requerida para hacer de la NEM una realidad. Tampoco ha sido clara su socialización entre maestras y maestros. Si bien es cierto que los Consejos Técnicos Escolares han sido el espacio de diálogo y discusión del Plan de Estudio y sus programas, da la impresión de una dinámica desordenada y una asimilación express de la propuesta que no contribuye a fortalecer el proceso de formación docente. Ni hablar de la contradicción entre el llamado que hace la NEM a revalorizar a las maestras y maestros, y la precariedad en la que desarrollan su función.

Un proyecto con estas dimensiones también requiere de una capacidad política, tanto para comunicar lo que se espera de la intervención, como para legitimarla. Es una labor que la SEP no ha realizado. La anterior Secretaria, Delfina Gómez Álvarez, estaba más preocupada y ocupada en ser gobernadora que en impulsar un proyecto educativo. Marx Arriaga, por su parte, se ha dedicado a denostar a cualquiera que le cuestione, anulando cualquier posibilidad de diálogo. Quizá, con una mayor humildad y sentido democrático el conflicto que hoy existen en torno a la distribución de los libros de texto gratuito no existiría.

Pese a ello, veo en la NEM un proyecto innovador que forja una base para repensar la acción educativa, apostar a escuelas más autónomas y a construir relaciones más democráticas entre los directivos, los profesores y los estudiantes. No comparto las opiniones que cuestionan la capacidad de las maestras y maestros para construir y poner en marcha sus programas. Me parecen vergonzosas y soberbias. Prefiero apostar a que el personal docente tiene capacidad de agencia, de elección, de adaptación y de creatividad y, desde una visión crítica, resultado de su práctica educativa, experiencia y conocimiento, sabrán hacer del aula un espacio de transformación que, a la postre, conduzca a fortalecer lazos de fraternidad y solidaridad que se requieren para vivir y convivir.

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