La ceremonia del Grito de Independencia, del miércoles pasado, fue desangelada. El pueblo de México fue nuevamente el gran ausente en la Plaza de la Constitución.

Por las restricciones sanitarias, tuvo que conformarse con escuchar y celebrar a distancia.

No se permitió el paso al Zócalo capitalino. Solamente la nomenklatura de la 4T y sus invitados pudieron entrar a nuestro Centro Histórico. La mayoría lo siguió por televisión y redes.

La transmisión fue fatal. Sin un planteamiento inteligente, con recursos de producción desaprovechados y sin una explicación suficiente para comprensión y beneficio de la audiencia que no tuvo la libertad de elegir pues, como en el PRIato y el PANato, hubo Cadena Nacional.

El solitario del Balcón Presidencial modificó la arenga, como lo hicieron sus predecesores, a su gusto y conveniencia. Con el paso del tiempo, esos cambios resultan efímeros, intrascendentes, coyunturales y que pocos recuerdan.

La temática histórica del video que se transmitió en la Cadena, previo al Grito y del espectáculo posterior, fue un acto de propaganda vil.

Su contenido fue sesgado y antihispano, (“Los españoles dejaron una herencia de exterminio y muerte, enfermedades como la peste, la viruela, los piojos, el sarampión y otras calamidades”, ¿fue lo único que nos heredaron?) que confunde y debió provocar aflicción a Quirino Ordaz, propuesto como nuevo embajador de México en España y que ahora tendrá que lidiar con esas incómodas cartas credenciales.

Al día siguiente, el desfile de nuestras fuerzas armadas fue espectacular, magnífico, impecable, como siempre. Soldados y marinos son orgullo de México.

(Que baste recordar cómo han auxiliado a la población civil en los recientes casos de desastre, como los huracanes, las inundaciones y los derrumbes).

Pero los discursos en el acto protocolario, con excepción del que pronunció el General Secretario, totalmente institucional, son para comentar.

Puesto aparte el sufrido y castigado pueblo cubano, resultó inexplicable e injustificado que se haya invitado como orador al presidente Miguel Díaz-Canel, heredero de los Castro.

Era el desfile militar conmemorativo ¡de la independencia de México!

No era una visita de trabajo y tampoco de Estado.

Si el presidente López Obrador quería apapacharlo, lo hubiera invitado en otra ocasión.

Pero no, claramente se buscaba “que se escuchara fuerte y lejos” lo que ahí se iba a decir.

Como si no fuera suficiente, el Presidente mexicano aventuró: “el gobierno que represento llama respetuosamente al gobierno de Estados Unidos a levantar el bloqueo contra Cuba, porque ningún Estado tiene derecho a someter a otro pueblo (…) Dicho con franqueza se ve mal que el gobierno de Estados Unidos utilice el bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba, con el propósito de que éste, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su propio gobierno (…) si esta perversa estrategia lograse tener éxito, (…) se convertiría en un triunfo pírrico, vil y canallesco, en una mancha de esas que no se borran ni con toda el agua de los océanos”. Ups!

No era el lugar ni el momento. Si quería una audiencia global se hubiera esperado a la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, que presidirá México en noviembre, en Nueva York, reunión a la que al parecer asistirá.

Presente en el Zócalo, en última fila, el nuevo embajador de los Estados Unidos en México, Ken Salazar, que escuchó de viva voz el inesperado reclamo del Presidente mexicano.

A’i tiene su bienvenida.

anarcia@gmail.com

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