En un mundo ideal, la objetividad sería el pilar del periodismo. Pero como —por ahora, al menos— la Tierra dista mucho de serlo, la objetividad suele ser una utopía en la mayoría de los casos. Hace más de 20 años, durante la primera clase del semestre, un profesor nos dijo —así, sin anestesia— que: “La objetividad es un valor casi imposible de conseguir en el periodismo, porque son sujetos los que se dedican a este oficio y —por ende— con una necedad sorprendente. La subjetividad siempre se asoma”.

Cuando le comenté a ese mismo maestro que quería dedicarme al periodismo deportivo, se rió y me dijo: “Las filias y fobias, además de la pasión que rodea al deporte, provocan que lo raro sea que —de vez en cuando— aparezca un atisbo de objetividad”.

Evidentemente, al informar se puede ser totalmente objetivo (aunque también se puede hacer con cierto sesgo), pero al opinar es imposible lograrlo, y es que uno opina de acuerdo a su manera de pensar, y contra eso no hay medicina.

Todo esto viene a cuento después de que al América no le marcaron un penalti el sábado pasado.

Antes de seguir, aclaro que mi americanismo no tiene nada que ver con lo que leerá a continuación.

Dicho lo anterior, con lo del sábado —una vez más— debí de darle la razón a mi profesor. Cuando un error arbitral (porque eso son; los árbitros, lo que menos quieren es equivocarse) perjudica al América, no pasa nada. No hay escándalo.

Cuando es al revés, la opinión comentada en todas sus presentaciones se da un festín.

Con la ligereza que otorga no tener que demostrar nada, al silbante se le destruye y todos los directivos del América son unos seres oscuros que reparten maletines de dinero en callejones a las 4 de la madrugada.

O sea, que la misma falla se juzga de manera diametralmente opuesta, dependiendo el cuadro “beneficiado”.

Si existiera la objetividad a rajatabla, la pifia arbitral debería tratarse de la misma manera, sin importar quiénes están inmiscuidos.

Sin importar los antecedentes (por aquellos que aseguran que el pasado condena al América), cada error debería medirse de acuerdo a su gravedad y —pero por supuesto— sin sacar de proporción la situación y no señalar a nadie de corrupto (a menos de que se cuente con las pruebas. En ese caso, habría que ir hasta donde tope).

El apasionamiento en los medios de comunicación deportivos ha provocado la polarización en cuanto a las opiniones que rodean al deporte y, penosamente, en estos casos toda discusión parece terminar en el mismo sentido: “Pero el PRI robó más”.

Adendum. “¡Tres ganados seguidos, ojo!”, me escribió Knut. ¿Sabrá contra quién jugaron esos tres partidos?

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