Antes que nada, quiero aclarar que me parece que Hugo González, Dorlan Pabón y Diego Reyes hicieron mal. Pero tampoco creo que haya que quemarlos en leña verde.

La patria futbolera y también aquellos que odian al balompié, hoy señalan a estos tres , en el mejor de los casos, como unos irresponsables, inconscientes y, casi casi, como si fueran criminales.

El argumento de que son personas públicas es el primero que salta a la mesa de debate. Y sí, es verdad. Pero ¿por qué esperamos que unos cuántos futbolistas den el ejemplo, cuando los servidores públicos son incapaces de hacerlo?

El mismísimo Presidente de la República se rehúsa a utilizar el cubrebocas. La secretaria del Trabajo federal, Luisa María Alcalde, se negó a cumplir con la norma de llevar nariz y boca tapadas dentro de un supermercado.

Insisto, ¿por qué le exigimos más a los futbolistas que a los funcionarios o, peor, que a nosotros mismos? Porque la realidad es que es más fácil señalar a los demás que mirarnos en el espejo y aceptar nuestras culpas.

Porque, tengo entendido, los miles de autos que saturaron la entrada a la Ciudad de México en la carretera a Cuernavaca, no eran manejados por futbolistas profesionales. ¿O me equivoco?

Que el Gobierno haya determinado “reabrir” al país en busca de la (tan necesaria) reactivación económica, es absolutamente entendible. Pero, seamos serios, todos conocemos a alguien que ni en plena etapa de confinamiento voluntario, cuando el país estaba “parado”, respetaba las medidas para prevenir el contagio.

¿Por qué nos indigna la fiesta de cumpleaños de un futbolista, y no la de un primo, vecino o amigo? Ni ser el tercer país con más muertes por Covid-19 nos espanta. Esa cifra debería ser suficiente para que entre todos nos cuidáramos, pero no es así. Evidentemente, Hugo González pudo evitar festejar su cumpleaños.

Pabón y Reyes pudieron no asistir (aunque hayan pasado a saludar nada más). Porque ellos tienen la fortuna de que su medio de trabajo está de vuelta y una decisión como esa los pone en riesgo a ellos, a sus colegas y a sus familiares.

 

Pero tampoco se trata de crucificarlos, porque aquí somos como somos. Y si empezamos a medir a todas las personas con la misma vara con la que medimos a los jugadores profesionales de futbol, es seguro que toda la madera del país se nos va a ir en cruces y hogueras de leña verde.

Adendum.

Knut considera que la renuncia de Billy Álvarez fue lo mejor que le pudo pasar al Cruz Azul.

Más allá de si su gestión fue buena o no (yo le dije que la considero mala), nuestro noruego de confianza cree que, tras 32 años de gestión, a cualquier institución le hace falta un cambio.

futbol@eluniversal.com.mx

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