El viernes, en la carretera a Puebla , meditaba sobre qué escribir en esta ocasión y decidí que la columna se trataría sobre lo que sucediera esa misma noche en Veracruz . Si los Tiburones no se presentaban a jugar o protestaban de alguna manera, el tema era perfecto. Si los jarochos no hacían nada, el tema era perfecto también. Como fuera, sería una noche histórica.

Al llegar al Cuauhtémoc, un futbolista me comentó que lo más probable era que escualos y felinos se quedarían inmóviles unos minutos. Entonces confirmé que escribir sobre eso era lo ideal.

El todopoderoso se solidarizaba con el afectado. Pero entonces, Vargas y Gignac anotaron y decidí no ahondar en la cuestión, porque ya era imposible hablar de la protesta sin tocar la falta de empatía de los de Nuevo León y —de esa manera— se desviaría la atención del tema central: a un grupo de trabajadores, hace meses que no se les paga.

El sábado, por más que pensaba sobre qué hacer este texto, no lograba decidirme, y entonces el América determinó no solidarizarse con sus colegas. El contenido estaba decidido, y máxime por la presencia de Guillermo Ochoa en la cancha. El arquero fue parte del grupo de futbolistas que presentó con bombo y platillo a la flamante Asociación Mexicana de Futbolistas Profesionales.

¿Qué sucedió para que uno de los que tuvieron el valor de exigir que se respete al futbolista no apoyara a sus compañeros afligidos? Ese sería el eje central de esta colaboración; de ninguna manera sería un juicio sumario en contra del guardameta. Pero entonces llegó el domingo y decidí olvidar ese tema.

Las tribunas del Alfonso Lastras se convirtieron en un campo de batalla. La violencia reapareció en los estadios mexicanos. Mientras los dueños no acepten que el problema es real, y decidan cortarlo de raíz, desarrollar en estas líneas cualquier castigo hipotético es absolutamente estéril. Porque no son hechos aislados. Ese enfoque me parecía idóneo para hoy.

Pero después, recordé que ríos de tinta se han derramado escribiendo sobre esta problemática y nada ha cambiado. Para el lunes en la mañana, me rendí y decidí no abordar lo que pasó en San Luis, porque no serviría de nada. Y entonces llegó el mediodía y Gignac se disculpó y explicó que no quiso anotar (y yo le creo), pero nunca pensé en escribir sobre eso.

Y es que el futbol mexicano cansa, porque en tres días puede pasar todo, pero no pasa nada. Las cosas seguirán igual y los problemas de fondo jamás se encararán como corresponde.

Adendum. ¿Dónde quedaron los “europeos” que clamaban por justicia en el futbol mexicano?

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