Hay cosas que difícilmente pueden ser medidas. Por ejemplo, la bondad de la gente. Por supuesto que se puede cuantificar qué tan buena es una persona mediante sus actos altruistas, pero también hay personas que son más buenas que el pan de chochitos y jamás han donado un centavo. Y hay quienes se suman a causas caritativas por conveniencia personal y no porque su alma sea pura y blanca.

En la vereda de enfrente es lo mismo. Obviamente, podemos catalogar a un asesino serial como el epítome de la maldad, pero también hay algunos seres que, sin haber matado a una mosca en su vida, son más malos que el aire que se respira en la capital de nuestro país. Insisto, no todo es medible, aunque haya criterios que lo establezcan de antemano.

Y como el futbol no es ajeno a la sociedad, la grandeza cae en esta categoría de cosas subjetivas y de difícil definición.

Por supuesto, hay cuestiones que ayudan —y mucho— para determinar cuál club es grande y cuál no, pero no son infalibles. El número de títulos es uno (Toluca tiene 10 y nadie lo considera grande) y la cantidad de aficionados es otra unidad de medida (sinónimo de popularidad, mas no de raigambre o nobleza futbolera). Existen algunas otras casillas que definen a los ‘Gigantes’ de cada Liga, pero sería ocioso repasarlas todas.

Ahora, hay una cuestión intangible que me parece sí define de manera categórica y sin lugar a dudas lo que significa ser una institución de las grandes: saber sobreponerse a situaciones adversas. Y el América lo ha mostrado en las dos series que ha disputado en esta Liguilla.

Los de Coapa llegaron al Universitario de Nuevo León con el acta de defunción ya impresa, sólo faltaba el sello para que se las entregaran. Pero los americanistas le echaron encima toda su historia al campeón del futbol mexicano y, en 45 minutos, le pasaron por encima. Cuando Tigres (con uno de los planteles más imponentes del continente) se dio cuenta, era demasiado tarde.

Con Monarcas pasó lo mismo. América demostró que está hecho para ese tipo de situaciones. Sin brillar ni desplegar un juego de altos vuelos, eliminó a un equipo que —por momentos en la ida— lo había superado ampliamente. Monarcas no supo qué hacer, y durante varios pasajes del partido parecía un equipo de dos divisiones inferiores.

Ahora, el América no puede vivir abrazado a su ADN. Miguel Herrera debe corregir, y mucho, porque en ambas eliminatorias fueron superados en los duelos de ida. Apelar a la heroica en cada serie es peligroso. Ceñirse a la grandeza puede provocar una decepción gigantesca. Porque parte de la grandeza también es no sufrir e imponer tus propias condiciones.

Adendum. A ver quién es el macho que le explica a Knut que ahora hay que esperar 16 días para que se juegue la final. Tan contento que estaba con el nivel en la Liguilla...

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