En enero de 2023, en este mismo espacio, alabé la propuesta de juego que presentaba Rafael Puente del Río con los Pumas.

Palabras más, palabras menos, exaltaba que hubiera un entrenador que privilegiara la búsqueda del arco contrario y que un equipo brindara espectáculo.

Pero como no hay felicidad completa, desde este humilde rincón también le di un simple consejo al otrora DT universitario: voltear un poquito más hacia atrás, para evitar que su etapa en los Pumas fuera excesivamente corta.

Aunque parezca necedad, heme aquí otra vez dando consejos que nadie me pidió.

Y no se trata de expresar una falsa sabiduría ni mucho menos, la intención de este chimisclán informativo está cimentada en el interés propio.

En México, hay muy pocos equipos que son divertidos para ver y —ante la obligación de ver futbol por cuestiones laborales— uno vive mendigando por alguna jugadita de cierta calidad. Por eso, cuando un equipo juega bien, desde el más vil egoísmo, tengo la esperanza de que eso pueda durar lo más posible.

Ver jugar al Cruz Azul es una maravilla. El equipo de Martín Anselmi casi siempre está parado en campo rival.

Sólo el arquero Kevin Mier permanece en su mitad de cancha, y el resto ataca sin piedad. Lo mejor de todo es que, cuando pierden la pelota, no caminan para atrás. Al contrario, redoblan la apuesta y —con fiereza total— buscan recuperar el balón lo más cerca de la portería enemiga.

El Cruz Azul, junto con el América, es el cuadro que mejor juega en México.

Pero (sí, siempre hay un pero) en este negocio, el resultado es fundamental y Cruz Azul ha sufrido dos derrotas durísimas.

Contra el América y el Santos, el principal defecto de La Máquina quedó al desnudo. Esa intensidad y presión con la que suelen avasallar al rival, se destruye de la manera más vieja que existe en el manual: con pleotazos.

El América no los goleó por un tema de centímetros. Pero Santos, con medio equipo fuera, los venció 3-0.

Dicho resultado fue totalmente injusto, por lo presentado en la cancha durante largos lapsos del encuentro; es más, al descanso, los cementeros debían tener ventaja de tres o cuatro goles, y el marcador decía que los santistas ganaban por la mínima.

Caminar unos metros para atrás, cuando el rival presenta esa estrategia, podría solucionar el problema.

Y así, cuando el ataque no ande fino —como en Torreón (fallaron mil)—, reducirán la posibilidad de perder. Todo sea porque el buen juego se convierta en la constante en nuestra Liga.

Adendum. “Se me hace que el América le meterá de a tres en cada partido a Chivas”, me escribió Knut, ayer. Nunca tan de acuerdo con él.

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