La década que está por empezar tendrá dos pilares sobre los cuales se va a construir toda estrategia digital político-electoral. Se trata de los datos y la Inteligencia Artificial. Quien pueda ir entendiendo su naturaleza cambiante y traducirla en experiencias que les den sentido a los potenciales votantes, podrá construir estrategias políticas más efectivas.

¿Qué quieren los consumidores (electores)?, es la pregunta que una y otra vez nos hacemos los estrategas políticos o comerciales. Cambridge Analytica parecía tener las respuestas. La empresa con sede en Londres logró interpretar millones de datos para cambiar el comportamiento de las audiencias. El problema moral fue la manera en cómo obtuvieron esos datos, primero, luego cómo hicieron los cruces para definir perfiles psicológicos, no de grupo, sino personalizados y después cómo se usaron las emociones para crear noticias falsas y divulgarlas por los medios sociales digitales.

Aunque esto desató un escándalo que cimbró los cimientos de la democracia norteamericana y la credibilidad de Facebook, la red social más influyente del mundo. Lo cierto es que en todo momento los consumidores-productores de material digital estamos dejando nuestros datos, consciente o inconscientemente. El acceso a ellos, su interpretación y transliteración en discursos, es la apuesta sobre la cuál se deberá debatir sí o sí, en los próximos años, para garantizar la transparencia y mantener la esfera digital lo más segura y confiable posible.

Quienes diseñamos e implementamos estrategias digitales en línea, sabemos que si no somos capaces de medir tampoco podremos acertar en los resultados ni modificar los planes si es que no están lográndose los resultados esperados. Sin embargo, también sabemos que nos enfrentamos a un creciente hoyo negro, del cual sabemos su existencia, pero poco en torno a su comportamiento: el Dark Social. De acuerdo con algunos analistas, de aquí proviene 1 de cada 2 visitas a las webs y duplica el tráfico que se genera en redes sociales.

Es entonces cuando la Inteligencia Artificial puede convertirse en el puente para cruzar de lo desconocido a lo conocido. Por ejemplo, si se estima que una fuente importante de la conversación se genera desde aplicaciones de mensajería instantánea, es importante estar en este ámbito para montarse en las conversaciones, generar contenido de valor y atender las demandas de los usuarios-consumidores-electores.

Los chatbots son una muestra de ello. En la actualidad donde impera la inmediatez y la extrema personalización, el consumidor-productor también quiere que se le atienda de manera urgente y con respuestas que vayan más allá de las preestablecidas. La IA ayuda a ir conociendo mejor a los usuarios, al interpretar su humor social, gracias a los mensajes que envían.

Pero no hay que preocuparse, todavía, por dejar en manos de robots el trato que debería ser humano-humano. Lo que por el momento no ha logrado la IA es tener las emociones, necesarias para generar cultura. Lo que sí debemos es mantener los ojos abiertos a las nuevas realidades y saber que esto tiene implicaciones en cómo nos relacionamos.

El análisis y manejo de los datos más que una tendencia que tendrá una curva de ascenso en los próximos diez años, parece ser la nueva alquimia que nos ayudaría a descubrir los elementos constitutivos del Universo digital y así poder convertir los likes en votos.

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