Gane quien gane la elección del 2 de junio, la mitad de la población se sumirá en una depresión profunda, millones de ciudadanos de este país recibirán los resultados como un golpe que los aturdirán, esa será la principal consecuencia de un hombre que se obsesionó por sembrar odios y rascar los sedimentos de frustración, rencor y revancha que con o sin razón anidan en millones de mexicanos pobres.

Si gana Claudia Sheinbaum, esos mexicanos esencialmente de clases medias que han presenciado con asombro y agobio la impunidad y el avance de los criminales, el deterioro del sistema de salud y del educativo, el desfonde de las finanzas públicas y la demolición de instituciones, verán concretada su peor pesadilla. Lo que no alcanzó a derruir o colonizar López Obrador en seis años (la Suprema Corte, el INE, el INAI...), lo hará su representante en la tierra; Sheinbaum consumará lo que quedó inconcluso: La República de los Pobres.

El triunfo de Morena significaría continuar el desmantelamiento de las instituciones de nuestra precaria democracia y el enquistamiento de la kakistocracia (el gobierno de los peores), lo que no disimulará la presencia marginal de algunos moderados como Juan Ramón de la Fuente, que cumplirían el triste papel que desempeñaron en el primer tramo del gobierno de López Obrador: Alfonso Romo, Olga Sánchez Cordero y Carlos Urzúa.

Si Morena gana la Presidencia y el Congreso, millones de hombres y mujeres de las clases medias, esos que se esfuerzan todos los días por mejorar el nivel de vida de sus familias, experimentarán una mezcla de dolor, rabia y miedo ante la transfiguración de un país que apenas empezaba a ser democrático y en el que poco a poco empezarán a desaparecer las instituciones que representaban un contrapeso al poder presidencial. Al Poder Judicial arribarán juzgadores electos por el pueblo; leguleyos mediocres cuyo único mérito será su militancia en Morena, reemplazarán a los jueces y magistrados de carrera que han avanzado mediante concursos de oposición.

Se instaurará una educación en la que se impondrá la ideología sobre la ciencia, todos los alumnos tendrán pase automático, no habrá evaluaciones de desempeño, se impondrá la mediocridad sobre la calidad, la diplomacia mexicana seguirá siendo refugio de gobernadores y políticos entreguistas.

Los estudiosos de las ciencias sociales no aciertan a explicarse cómo bastó con adular al pueblo y entregarle pensiones a 25 millones de personas para convencerlo de que un hombre con delirios de grandeza, proyectos malsanos (la Mega Farmacia, el AIFA, el Tren Maya y muchos más) e ideas demenciales —como esa de que tenemos el sistema de salud mejor del mundo—, es el mejor presidente que ha tenido México.

Pero si gana Xóchitl no serán mejores los saldos sociales. La otra mitad de los mexicanos, el pueblo que ha querido ver en Andrés Manuel a un redentor, estallará enfurecido, nadie podrá convencerlos de que no hubo trampa. Ante la derrota de Sheinbaum se abrirían desenlaces perturbadores.

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