La decisión de un grupo de senadores del Partido Acción Nacional (PAN), encabezado por su coordinador Julen Rementería, de invitar a México a Santiago Abascal, líder del partido ultraconservador español Vox, puede entenderse como una jugada temeraria con la intención de correr al PAN a la extrema derecha, donde ciertamente se ubican desde su origen segmentos del panismo.

También pudo ser un producto de la ignorancia: no haber sabido con quién se estaban metiendo. Pero cualquiera que haya sido la lógica, fue una estupidez porque, en un momento crucial, cuando ya está desatada la lucha por la Presidencia de la República en 2024, esos desplantes le restan apoyo a la mayor fuerza opositora: el viejo partido de “los místicos del voto” (Ruiz Cortines dixit).

En vez de correrse al centro para conectar con el grueso del electorado, el acercamiento de esos senadores panistas a una organización pro-fascista genera desconcierto en sus filas y aleja a muchos mexicanos que buscan una alternativa cívica, apartada de extremismos, ante un gobierno de ideología promiscua y cuyas políticas están dejando a los mexicanos muy confrontados y al país muy lastimado.

Es viejo el intento de la derecha atávica de ganar espacios en el escenario político. El Partido Demócrata Mexicano —el del gallito— nunca logró salir de su marginación. El Yunque, que logró infiltrarse en el gobierno de Vicente Fox, se mantiene agazapado.

Pero estas corrientes extremistas de derecha han regresado con una clara intención de penetrar al aparato estatal y lo intentan, lo mismo, con gobiernos conservadores que con otros que se dicen de izquierda, como el de López Obrador. No hace mucho la senadora monrealista María Soledad Luévano presentó una iniciativa que se proponía suprimir el principio histórico de separación del Estado y las iglesias.

Se recoge cascajo

La invitación de Julen Rementería al líder de Vox le cayó a López Obrador como anillo al dedo, porque le da nuevos argumentos para despotricar contra lo español. Sin embargo, no puede arrojar la primera piedra.

Ante el reconocimiento de que en 2018 tendría su última oportunidad de ganar la Presidencia, López Obrador sumó a las fuerzas más despreciables del escenario político: el PT, el PVEM y los evangélicos del Partido Encuentro Social (hoy Encuentro Solidario). Por fortuna, los electores dejaron fuera al PES en los comicios de junio pasado: no alcanzaron el 3 por ciento de la votación. Pero allí siguen, en su alianza obscena con el gobierno de Morena, distribuyendo la Cartilla Moral y adoctrinando a los participantes del programa Jóvenes Construyendo el Futuro.

La ideología de Vox: homofóbica, xenófoba y antifeminista, se encubre con un discurso en defensa de la libertad, la democracia y la propiedad privada. Por eso el silencio, en unos casos, y, en otros, los deslindes timoratos de algunas figuras del PAN despiertan suspicacias.

La alternativa a un gobierno desmadejado no puede ser la que impongan los “meones de agua bendita” (Germán Martínez dixit), un franquismo a la mexicana, un partido confesional, trasnochado.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate