En sus conversaciones con Luis Suárez (Echeverría en el sexenio de López Portillo, Grijalbo, 1984), el expresidente Luis Echeverría fue descubriendo el velo que escondía la selección del heredero: qué llevaba al Gran Elector a decidirse por uno y no por otro.

“La experiencia indica —revelaba Echeverría— que algunas de las razones para la selección de un candidato presidencial deben ser precisamente su fortaleza física y su buena salud, que no sólo existan, sino que lo parezcan. Tienen que existir porque ese puesto tan ansiado de la Presidencia acabaría con los físicamente endebles. Y el deterioro de la imagen física es, entre nosotros, el deterioro de la imagen política”.

El presidente López Obrador está consciente de ello. Sabe que tiene que mostrar fortaleza, sobre todo después del infarto que sufrió el 4 de noviembre de 2013 y generó un vacío de poder en su movimiento. Por eso procura mostrarse vigoroso y recorre el país con fruición, como solía hacerlo el general Cárdenas, aunque Cárdenas tenía 25 años menos cuando llegó a la Presidencia.

En medio de una pandemia que cobra miles de vidas y resistiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los expertos que llaman a la población a usar el cubrebocas, el presidente los ha ignorado. ¿Por qué? Quizás la explicación la tiene Ana María Olabuenaga.

El cubrebocas, dice, visibiliza nuestra condición humana y nos muestra como una especie frágil, expuesta, en riesgo. “Paradoja de la pandemia, que siendo el virus el criminal seamos nosotros los embozados. A esto es a lo que le temen los mandatarios que no usan cubrebocas: a que los miren como se mira un bandido, a generar desconfianza, a desconectarse emocionalmente de sus electores. También les asusta parecer frágiles y miedosos al reconocer que hay algo más poderoso que ellos mismos. Para ellos, el uso de un cubrebocas es la viva evidencia que el virus ha podido más que ellos, que no lo han vencido ni aplaneado, ni controlado ni domado. Más que al virus a eso le temen los mandatarios que no usan cubrebocas, incluido nuestro presidente: a perder la conexión y de paso la próxima elección.” (“La imagen del año”, Milenio, 21 de diciembre de 2020).

Ante el contagio del presidente todo el discurso que ha acompañado su negación a adoptar el cubrebocas se revierte en los memes de sus adversarios que recuerdan sus dichos: que “estar bien con nuestra conciencia, no mentir, no robar y no traicionar”, ayudaba mucho para que no diera el coronavirus; que a él lo protege un amuleto, el “Detente” (“Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”).

Tal vez esta experiencia lleve al presidente a reemplazar a un político disfrazado de médico por un comité interdisciplinario de expertos y a rectificar. Rectificar no lo debilitaría, lo volvería más humano. Y más de 150 mil muertos por el covid-19 son una razón suficiente para enmendar.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate