La noticia de que la Unidad de Inteligencia Financiera presentó una denuncia ante la FGR contra el expresidente Enrique Peña Nieto lo ha vuelto a poner en la mira. Se trata de investigar transferencias sospechosas por más de 26 millones de pesos, una cantidad ridícula si se toman en cuenta los contratos multimillonarios con los que su gobierno benefició a sus amigos y la costumbre de recibir “sobras” de las obras.

Pero hablar de Peña Nieto obliga a recordar a Isidro Fabela y su papel en la instauración de una nueva clase política en el Estado de México: el Grupo Atlacomulco. Después del atentado que sufrió el gobernador Alfredo Zárate Albarrán, el 15 de marzo de 1942, durante un banquete que ofrecía a ministros de la Suprema Corte y magistrados, el presidente Manuel Ávila Camacho decidió que ya era tiempo de reemplazar a esa clase política rupestre y violenta, para ese propósito ordenó a Fabela regresar a México (Rogelio Hernández Rodríguez, Los grupos políticos en México, el caso del Estado de México, tesis doctoral, México, UNAM, 1996).

En la verbena con la que Atlacomulco celebró a su gobernador, el orador oficial fue un adolescente de apenas 15 años, Carlos Hank González; a partir de entonces se estableció una relación entrañable entre ambos.

Fabela marcó a la clase política mexiquense con dos atributos: la esmerada atención a las formas —camisa y traje a la medida, corbata a tono con el traje, calzado fino y bien lustrado, reloj de marca— y, en lo que verdaderamente cuenta, el uso del poder político como instrumento para el enriquecimiento personal y de grupo. Hank González fue el mayor exponente de ese legado y le aportó a la clase política dos frases inspiradoras: “un político pobre es un pobre político” y “en política, todo lo que se puede comprar con dinero es barato”.

Con Peña y su grupo se produjo un verdadero asalto al poder: mexiquenses se ubicaron estratégicamente en las áreas que otorgan contratos o manejan dinero: lo que siguió fue el agandalle de OHL, Grupo Higa, Odebrecht, Hermes y las empresas del compadre San Román. El hartazgo de la sociedad se expresó en las urnas. López Obrador obtuvo un triunfo inédito gracias al voto de castigo.

Cuando todos los estudios de opinión anticipaban el triunfo en la elección presidencial de López Obrador, Peña Nieto debe haber pensado que Andrés Manuel era mejor que Anaya que había prometido que, de ganar, lo metería a la cárcel. Los indicios de ese pacto son notables e incluyen desde la farsa de “perdón y olvido” y la decisión de no mirar al pasado inmediato, hasta el respeto que le manifiesta en las mañaneras.

El Presidente que dice que todos los males del país derivan de la corrupción, que ofrece cero impunidad y presume que él no establece pactos de complicidad con nadie, es el mismo que tolera la impunidad de Peña Nieto y sus secuaces y que ahora distrae con unas denuncias que resultan ridículas ante la dimensión de los latrocinios. Hechos, no palabras.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate

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