En el país de las impunidades y el cinismo, Emilio Lozoya Austin, una de las figuras emblemáticas de la corrupción que se desbordó el sexenio pasado, exhibe cómo sufre en la vida. La periodista Lourdes Mendoza lo sorprende departiendo tan campante con sus amigos en el restaurante Hunan, de las Lomas de Chapultepec.

Pero la corrupción en México no nació, como dice el presidente, en el periodo neoliberal, sino muchas décadas atrás y particularmente a partir de la postrevolución cuando la clase gobernante se apropió de los recursos del Estado. “Carrancear” era sinónimo de robar. Cuando los soldados del ejército carrancista ocupaban una hacienda o una población, se dedicaban a saquear, violar y asesinar. “Les hizo justicia la revolución” era una manera cínica de explicar el enriquecimiento repentino de quienes entraron a la lucha armada sin ideales, pero con ambiciones. Instauraron una verdadera cleptocracia.

Pero si el neoliberalismo no “inventó” esta degradación, sí permitió una corrupción de alta escuela. Con el pretexto de adelgazar al obeso aparato gubernamental (más de mil empresas públicas que incluían lo mismo a Teléfonos de México —la joya de la corona— que a los bancos, Imevisión y la cadena de hoteles Presidente), impuso una privatización tramposa y otorgó concesiones y contratos a los amigos y cómplices que multiplicaron sus fortunas y se convirtieron en los más ricos de México y más allá. Por cierto, aquellos a quienes López Obrador calificaba como “una minoría rapaz”, una vez “purificados” se cuentan entre sus mejores amigos y aliados y siguen embolsándose contratos multimillonarios con cargo al erario.

En la 4T, el derecho penal sigue siendo el de las tres “P” porque solo se aplica a los pobres, a las prostitutas y a los pendejos, y aunque Lozoya se ha prostituido, no es pendejo ni pobre. Su descaro expresa la convicción de que está protegido, y hasta ahora, sus revelaciones y sus invenciones solo le han servido para satisfacer pequeñas venganzas personales.

Lozoya es un testigo colaborador que se escabulle de pagar sus culpas mientras goza de los privilegios que la ley les otorga a los soplones útiles; la ventaja de tener agarraderas, diría el clásico. Que se preocupen los otros, los investigadores y científicos hoy perseguidos, que se preocupen las comunidades dejadas por la autoridad en manos de los cárteles, no los grandes pillos que gozan de privilegios inmorales.

En materia de corrupción todo se agota en el discurso. Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray —las piezas centrales de una trama de corrupción sistémica que marcó el sexenio anterior— permanecen intocados y la otra pieza clave, Emilio Lozoya, ha evitado con variados artilugios pisar la cárcel y sigue disfrutando de un arreglo que ofende a la justicia y a la decencia.

Pero muy orondo, en los próximos días el presidente acudirá a la sede de la ONU para darle al mundo un sermón sobre la corrupción y sobre cómo México logró desterrarla.

¿Dura lex, como decían los antiguos romanos? No. Para algunos como Lozoya, la vida es bella.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate