Cuando el candidato ad perpetuam Andrés Manuel López Obrador mandaba al diablo a las instituciones, algunos pensaron que se trataba meramente de un alarde retórico. Se equivocaron: más que una ocurrencia, la frase expresaba una convicción y una obsesión, por eso al llegar a la Presidencia empezó a concretar, sin reposo, su pasión por destruir: desaparecer instituciones, prestigios, monumentos...

En esa lógica se inscribe la propuesta de dotar de nuevos contenidos a los libros de texto e, incluso, la idea de remover el monumento a Cristóbal Colón y de cambiarle el nombre a sitios emblemáticos y, bajo esa lógica, El árbol de la noche triste se convirtió en El árbol de la noche victoriosa. Se trata de refundar a la patria.

En ese contexto de devastación institucional, la devoción que millones de mexicanos le profesan al gran tlatoani, puede llevar al país a un suicidio colectivo.

La reacción del presidente ante la resolución de la Suprema Corte de Justicia que echó para atrás la decisión inconstitucional de adscribir la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, fue tramposa, majadera e infantil, un berrinche. El intento de la ministra presidenta de acordar con el gobierno un plazo razonable para la transferencia de la Guardia Nacional, es desfigurado por el presidente hasta convertirlo en un intento de alcanzar un arreglo en lo oscurito. “Nada de negociación —sermonea— eso tiene que ver con la dignidad, nosotros no hacemos acuerdos en lo oscurito… no quiero ningún enjuague, ya no es el tiempo de antes” y le ordena a los titulares de Gobernación y de Seguridad Pública que ni el teléfono le contesten.

No debe extrañar a nadie que el presidente ya le haya ordenado a sus personeros del SAT, la UIF o el Centro Nacional de Inteligencia que le espulguen a aquellos a quienes odia sus cuentas, sus dichos, sus gastos, su vida privada… que rasquen hasta que les encuentren algo, pero, mientras tanto, acusa a la ministra Norma Piña y a los ministros que la acompañaron con su voto, de corruptos, de construir un Estado de chueco, de no escuchar la voz del pueblo.

Con igual ánimo, en la Cámara de Diputados y en el Senado, los legisladores de Morena y sus aliados truqueando el quórum, sin el análisis y la reflexión exigibles y sin respetar el procedimiento legislativo aprobaron un paquete de iniciativas en materias que, si no se frenan, tendrán perniciosos efectos. Lo único positivo es que ese agandalle expresa los estertores, el agotamiento del gobierno y la incertidumbre sobre lo que sigue. Si Monsiváis resumió en una frase el ejercicio del poder de Díaz Ordaz: “reprimir es gobernar”, para este grupo “derruir es gobernar”.

La filosofía de los hombres hoy en el poder se sintetiza en esta frase que pronunció hace poco uno de los suyos, un personaje que transitó de las luchas estudiantiles del 68 al indigno papel de comisario de la 4T: “ahora somos gobierno y se chingan”.

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