“Es bien cierto que hasta hoy [el rector se refiere a los ataques a la UNAM y a su persona] proceden de gentes menores, sin autoridad moral; pero en México todos sabemos a qué dictados obedecen”. Rector Javier Barros Sierra, texto de su renuncia ante la Junta de Gobierno de la UNAM.

Hay una lección de la democracia que no se debe olvidar. Los autócratas que usan su poder para vapulear e intimidar a quienes tienen pensamiento propio, deben enfrentar respuestas puntuales, porque ante el silencio y la cobardía se engolosinan y escalan sus ataques.

Y como lo hemos visto desde el inicio de este gobierno, mientras la directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, desata una persecución contra científicos y académicos y postula una “ciencia proletaria”, el presidente no tolera las autonomías, censura y desacredita a los medios y a los periodistas críticos, busca acallar y asfixiar a los organismos de la sociedad civil, que exhiben las desviaciones del poder, y ve conspiraciones detrás de las denuncias sobre el desabasto de medicinas de los padres de niños con cáncer. Y frente a todos estos intentos de silenciar la disonancia, el huésped del palacio virreinal no ha recibido las respuestas que merece porque se impone el miedo.

Un alumno mediocre, que se tardó 15 años para titularse y que terminó con un promedio de 7.7, denuncia a la UNAM cuya razón de ser es constituir un espacio para la cultura, la investigación científica, el debate y la diversidad de pensamientos; le reclama que no se comporte como una escuela de formación de cuadros. La UNAM, como toda institución, tiene errores y debe revisarse permanentemente, pero nunca someterse al poder público y, menos, convertirse en una maquinaria para adoctrinar en un pensamiento único, “la verdad revelada”.

Son muchos los funcionarios de alto nivel en el gobierno egresados de la Universidad Nacional. No solo eso, dentro de su equipo está el exrector Juan Ramón de la Fuente, representante de México ante la Organización de las Naciones Unidas y cuya reacción timorata ante los agravios a la Universidad Nacional, es indigna de un universitario.

¿Qué siente el presidente por la inteligencia?, ¿miedo, envidia o desprecio? Esa fobia por la imaginación, la preparación y la trayectoria profesional, explica su creencia de que los ingenieros civiles son prescindibles, que basta con la intuición de la gente común para construir carreteras, casas o escuelas, y explica también ese afán malsano de eliminar las evaluaciones y aprobar a todos los que transiten por una institución educativa —como lo hacen en las Universidades para el Bienestar “Benito Juárez”, la escuelas patito del régimen—. También explica la designación en puestos claves de quienes, aunque carecen de la preparación exigible, le profesan una lealtad ciega.

Son muchas las personas y las instituciones sometidas a la censura y al sarcasmo del presidente. Pero todo tiene un límite, y yo le diría, como tantos otros universitarios: ¡con la UNAM no, presidente!

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate