En medio de la crisis ucraniana, horas antes del inicio de la ofensiva rusa, el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, hizo unas declaraciones que deberían de llamarnos a la reflexión:

“Entré ayer y había una pantalla de televisión y dije: "Esto es genial". Putin declara una gran parte de Ucrania — de Ucrania. Putin lo declara independiente. Oh, eso es maravilloso. Entonces, Putin ahora dice: "Es independiente", una gran parte de Ucrania. Dije: "¿Qué tan inteligente es eso?" Y va a entrar y ser un pacificador. Esa es la fuerza de paz más fuerte... Podríamos usar eso en nuestra frontera sur. Esa es la fuerza de paz más fuerte que he visto. Había más tanques del ejército de los que he visto nunca. Van a mantener la paz bien. No, pero piénsalo. Aquí hay un tipo que es muy inteligente.”

Esto bien puede catalogarse como una fanfarronada trumpiana más, similar a aquella promesa de obligar a México a pagar por su muro fronterizo. Pero creo que, después de todo lo vivido desde 2016, subestimar la capacidad disruptiva de Trump es un error categórico. No está de más recordar que el personaje conspiró para subvertir un resultado electoral adverso en la democracia más vieja del mundo.

El hecho concreto es que un hombre que bien podría volver a ocupar la Casa Blanca en enero de 2025 acaba de sugerir que podría intentar desmembrar a México e intervenir militarmente en el país.

Y aún si no llegase a esos extremos, es de esperarse que un Trump 2.0 sería más violento, más autoritario, más nacionalista y más antimexicano que lo que experimentamos entre 2017 y 2021. Y, sobre todo, más duradero: tras la experiencia de 2020, Trump, reinstalado en la presidencia estadounidense, probablemente sería mucho más activo y eficaz en la subversión de normas y prácticas democráticas, a la manera de Putin.

Ya lo he escrito en otras ocasiones, pero vale la pena reiterarlo: ese escenario nada improbable debería de condicionar nuestra reflexión sobre el futuro del país.

Entre otras cosas, debería llevarnos a reconsiderar uno de los pilares de nuestra política de defensa: la convicción de que el país no enfrenta amenazas militares externas. Eso nos ha llevado a tener un presupuesto de defensa francamente raquítico bajo cualquier métrica internacional. Asimismo, ha impulsado la idea de que las Fuerzas Armadas pueden ser utilizadas para todo tipo de tareas distintas a las labores de defensa exterior.

También habría que repensar el uso, orientación y capacidades de nuestro aparato de inteligencia. Tradicionalmente, ha estado volcado hacia el interior y cubriendo un enorme espacio temático. Me parece que, ante la amenaza del trumpismo, habría que darle mucho más foco y redirigirlo de manera decidida hacia el exterior. Necesitamos mucho mejor inteligencia sobre lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, particularmente en Estados Unidos.

Por último, habría que repensar nuestra política exterior. Tal vez haya que imaginar formas de contrarrestar en el largo plazo el trumpismo dentro de EU. Eso implicaría involucrarnos más abiertamente en la política interna del país vecino. Habría que calibrar con cuidado los instrumentos, pero encerrarse en el dogma de la no intervención me parece suicida.

De fondo, México tal vez tenga que empezar a imaginarse como Ucrania: el vecino inmediato de una gran potencia que representa una amenaza existencial para la independencia e integridad del país.

Y eso nos tendría que llevar a tomar con mucho mayor seriedad nuestros asuntos públicos. En un país sin permanencia garantizada, donde la vida misma del Estado está en juego, el margen de error es considerablemente menor.