El sábado, el Estadio Corregidora se convirtió en el escenario de una batalla campal entre dos grupos de vándalos, uno partidario del Atlas y otro del Querétaro . Según versiones extraoficiales, se habrían producido varias muertes, pero el gobierno del estado reconoce hasta ahora solo 26 heridos, tres de ellos graves.

Este hecho ha motivado una avalancha de comentarios, desde disquisiciones sobre la normalización de la violencia en México hasta teorías de la conspiración sobre la intervención de tales o cuales actores políticos.

No quiero restar importancia a esas discusiones, pero me parece que omiten dos hechos esenciales:

1. La violencia en los estadios de futbol es un fenómeno extraordinariamente común en muchos países del mundo. No hay nada peculiarmente mexicano en lo que vimos el sábado.

2. Las riñas colectivas en los estadios son eminentemente prevenibles.

Dado lo anterior, hay una enorme reserva de experiencias —tanto nacionales como internacionales— que se podrían poner en práctica en nuestros estadios para evitar otras tragedias como la de Querétaro. Para motivar la discusión, van algunas ideas:

1. La mayor parte de la violencia en los estadios es generada por una pequeña minoría de aficionados organizados en lo que se conoce como “ barras ” (un concepto importado de Argentina). Esos grupos —algunos de los cuales pueden tener vínculos con la delincuencia organizada— no son solo tolerados por los clubes, sino abiertamente promovidos: reciben boletos, subsidios para el transporte, camisetas, etc. Después de lo ocurrido, todos los clubes tendrían que deslindarse por completo de las barras y colaborar proactivamente con las autoridades para impedir el acceso de sus integrantes a los estadios.

2. Dado que la violencia en los estadios es provocada por unos cuantos individuos que se involucran de manera reiterada en agresiones, es posible construir una base de datos nacional que permita su identificación antes de su ingreso a los partidos (o su sanción posterior si alcanzan a eludir los controles). Esto podría apoyarse en el uso de software de reconocimiento facial.

3. Algunas adecuaciones a los estadios, así como una mejor distribución del público, podrían ayudar a reducir la probabilidad de riñas. En el Reino Unido, la segregación de aficionados de equipos rivales mediante la instalación de barreras físicas inamovibles, así como la creación de “zonas estériles” (asientos vacíos), parece haber reducido la frecuencia de enfrentamientos violentos en los estadios. Esta estrategia no está exenta de problemas (entre otros, no se puede llenar el estadio), pero puede servir.

4. Se deben revisar los protocolos de seguridad en los estadios. En Querétaro, el número de elementos de seguridad pública resultó notoriamente insuficiente para contener la violencia. Se deben establecer mínimos de presencia policial durante los partidos que no puedan ser eludidos mediante la contratación de seguridad privada. Los costos de ese personal policial deben ser asumidos —al menos parcialmente— por los clubes. Asimismo, se debe mejorar la planeación operativa de las fuerzas de seguridad y establecer centros de mando en los propios estadios para tener una respuesta rápida en caso necesario.

Hay muchas otras ideas posibles. Algunas se enfocan a la prevención (por ejemplo, talleres conocidos como “fan coaching ”, dirigidos a fomentar el respeto a los adversarios y la aceptación del resultado). Otras al uso de tecnologías de la información (por ejemplo, acceso a los estadios mediante códigos QR para facilitar la identificación de posibles agresores).

Lo único que ya no cabe, después de lo ocurrido, es no hacer nada.

alejandrohope@outlook.com.mx
Twitter: @ahope71

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