Ayer por la tarde, un grupo de civiles armados emboscó a un convoy de policías preventivos y ministeriales en el municipio de Coatepec Harinas , Estado de México. El ataque se saldó con la muerte de ocho policías estatales y cinco elementos de la Fiscalía del estado.

Poco tiempo después, se registró un segundo enfrentamiento, ahora en el municipio de Almoloya de Alquisiras, el cual produjo la muerte de cuatro policías más.

Diecisiete policías asesinados en un solo día y en un solo estado.

Ese es un dato extremo, sin duda, pero forma parte de un patrón más amplio. El año pasado, de acuerdo a un recuento realizado por la organización Causa en Común , fueron asesinados 524 policías. Eso significa que aproximadamente uno de cada 750 policías fueron víctimas de homicidio e implica un riesgo cinco veces mayor que para la población en su conjunto.

Lo he dicho antes en esta columna, pero vale la pena repetirlo: no es normal que mueran tantos policías. En Estados Unidos, fueron asesinados 49 policías el año pasado. En el Reino Unido, han sido víctimas de homicidio diez policías desde 2012. Incluso en un país como Colombia, el número de policías ultimados no llega a 100 por año.

Es también importante reiterar que las agresiones a los po licías nos afectan a todos, por cuatro razones fundamentales:

Los ataques contra policías facilitan la corrupción. Si la amenaza de plomo es altamente creíble, la oferta de plata se vuelve más atractiva para los elementos policiales . En ese sentido, los ataques externos socavan la integridad de las instituciones.

Ante la posibilidad de ataques, las tácticas y el equipamiento de las policías se militariza . Eso limita la posibilidad de prácticas de policía comunitaria y aleja a las corporaciones de la población, lo cual acaba reduciendo la eficacia de las instituciones de seguridad pública .

Si los policías se sienten bajo asedio, aumenta la probabilidad de que cometan violaciones graves de derechos humanos o usen la fuerza de manera desproporcionada e irracional.

Las muertes de policías exacerban el temor de la sociedad. Si un convoy de policía puede ser emboscado impunemente, a plena luz del día y a menos de tres horas de la Ciudad de México, nadie puede sentirse a salvo.

Dado esto, el asesinato de policías debería ser considerado un hecho gravísimo que ameritaría una respuesta excepcional tanto del Estado como de la sociedad. Pero en la mayoría de los casos, esto no sucede.

Sobra decir que la inmensa mayoría de los asesinatos de policías se queda impune. Pero también vale la pena notar que la muerte de un policía genera muy poca indignación social . Un hecho tan brutal como las emboscadas de ayer no ha tenido mayor impacto en redes sociales. En los medios de comunicación, ha tenido algo más de impacto, pero tampoco es la nota dominante.

Si no nos importa la vida de los policías, ¿cómo podemos pedirles que protejan la nuestra? ¿Cómo exigirles valor a los uniformados cuando no nos indignan las agresiones en su contra?

Cuando un policía es atacado, nos atacan a todos. Es hora de que eso nos entre en la cabeza.