Entre 2000 y 2019, según datos del Inegi, fueron asesinadas 386,331 personas.

Por donde se mire, esa es una cifra espantosa. En espacio de 20 años, la violencia homicida se llevó al equivalente de una ciudad mediana, como Pachuca o Cuernavaca. Tragedia es el menor de los sustantivos que se debe usar para describir ese hecho.

Consideren ahora lo que ha sucedido con la pandemia en diez meses. Hasta hace dos días, la Secretaría de Salud reconocía 149,084 decesos por COVID-19. Pero, como es aceptado por las propias autoridades, esa cifra no es más que una parte del costo humano de la crisis sanitaria.

Con datos al 12 de diciembre, se habían acumulado (oficialmente) 274,487 muertes en exceso en 2020. No todos esos decesos fueron por COVID. Algunos fueron resultados colaterales de la pandemia: personas que no encontraron atención médica a tiempo por saturación del sistema o pacientes que debieron posponer o cancelar tratamientos por el mismo motivo.

Ese número reflejaba además la situación prevaleciente hasta hace seis semanas, antes del disparo de contagios y muertes en diciembre y enero. En este momento, es muy probable que el número de muertes en exceso se ubique por encima de 370,000. De hecho, el doctor Arturo Erdely, profesor de matemáticas en la UNAM, estima que ese número podría estar ya en 403,000.

Dicho de otro modo, la pandemia ha provocado en diez meses más muertes que la violencia homicida en los primeros veinte años del siglo.

Pero la tragedia no acaba allí. De acuerdo a una proyección elaborada por el doctor Erdely (https://bit.ly/2LSuciN), es posible que, de aquí al primero de junio, se contagien 43 millones de mexicanos, en adición a los 49 millones que probablemente ya se han contagiado hasta el día de hoy (se estima que hay 30 casos reales por cada caso confirmado). Eso se podría traducir en 273 mil muertes en exceso en los próximos cuatro meses. Ese escenario ya incluye (nótese) el posible impacto de la vacunación, tomando como referencia el calendario anunciado por las autoridades (con las modificaciones recientes).

En resumen, se nos viene la noche. A la tragedia que ya hemos acumulado, se va a sumar una catástrofe monumental. Solo en los próximos cuatro meses, la pandemia podría provocar 740 veces más muertes que los sismos de 2017.

Ese panorama debería de convocar a una movilización nacional casi cercana a la de una guerra. Absolutamente todos los recursos y todas las herramientas del Estado deberían de desplegarse para tratar de evitar ese desenlace y salvar la mayor cantidad de vidas posibles.

Eso no es lo que está sucediendo. No hay sentido de urgencia en la política del gobierno. La campaña de vacunación ha procedido a ritmo glacial: apenas 600 mil dosis en un mes que ha acumulado posiblemente 10 millones de contagios. Salvo algunos esfuerzos aislados, no hay ninguna intención de reforzar las medidas de distanciamiento social ni los programas de asistencia económica que las harían posible. No hay tampoco (de nuevo, salvo excepciones) ninguna medida para aumentar el número de pruebas y el rastreo de contactos. Es más, ni siquiera se han impuesto restricciones a los vuelos internacionales para impedir el arribo y propagación de nuevas variantes del virus.

En resumen, seguimos en lo mismo y vamos a acabar en lo mismo: con la muerte campeando sin límites en todo el país.

NOTA

el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció ayer que contrajo el virus. Le deseo una pronta y plena recuperación. @ahope71