Los primeros días de enero no son sencillos para columnistas, editorialistas y otros opinadores diversos. Poco ha pasado en las dos semanas previas y, salvo excepciones, no hay tema obvio para llenar la cuota de palabras. Peor: el calendario vacacional es flexible y más en pandemia. Para el cuatro de enero, todavía hay muchos por allí sin ganas de enterarse de gran cosa.

¿Qué hacer entonces? ¿De qué escribir cuando la pluma ha perdido cancha y la República sigue en la modorra navideña? Van algunas posibilidades:

1. Uno puede, como lo escribí hace unos años en una columna sobre cómo escribir columnas de fin de año, cancelar el calendario, asumir que enero es junio y componer una pieza sobre la obsesión temática favorita: la inflación, los homicidios, la relación con Estados Unidos o la probable agenda legislativa en el próximo periodo de sesiones. Nadie va a leer el texto, pero uno se queda con la satisfacción de haber contribuido a la discusión pública.

2. Otra posibilidad es darle rienda suelta al Nostradamus interior y lanzar pronósticos del año. Después de 2020, esto parece una ruta de alto riesgo: el virus nos hizo quedar mal a todos los que le jugamos a la pitonisa hace un año. Pero, con esa experiencia a cuestas, uno puede cubrirse con lenguaje prodigiosamente ambiguo para no quedar mal (algo así como “la resolución gradual de la pandemia conducirá a un replanteamiento de las prioridades de algunos actores económicos”). Eso, u optar por la técnica López-Gatell de decir que nunca se dijo lo que sí se dijo, así esté la declaración en audio y video.

3. En año no pandémico, puede uno optar por el reporte vacacional. Esto consiste en describir las maravillas paisajísticas, arquitectónicas o gastronómicas que uno pudo gozar en vacaciones (y el lector no), todo espolvoreado con una pizca de análisis político o sociológico sobre el país, región o ciudad en cuestión (estas son las columnas del género “Lo que me contó un taxista neoyorquino sobre Donald Trump”). En este año, en estas condiciones, está claro que no se puede y no se debe, salvo que uno quiera acabar con apodo compuesto por el signo de número, la palabra Lord o Lady (en rigurosa mayúscula), y el nombre del destino escogido.

4. En sustitución, es posible narrar lo que no se hizo en este año, las celebraciones que no se realizaron, la Navidad ermitaña y el encuentro por zoom. Esto puede permitir una reflexión sobre todo lo que perdió en 2020 y lo que se espera recuperar en 2021. No está mal, pero se sugiere evitar el género, si la solitaria festividad descrita se realizó presencialmente con siete tíos y 18 primos, --de los que “se cuidan mucho”, usan cubrebocas, pero se lo quitan al segundo tequila, y son adictos a Facebook o Instagram.

5. También, uno puede tratar de demostrar cultura y erudición, y hacer una lista de los libros leídos y las películas vistas durante las vacaciones. Es buena idea haber leído los libros o visto las películas que se recomiendan, pero no es requisito indispensable. Un subgénero similar es la columna de trozos: se escoge un libro, se seleccionan 10 a 12 fragmentos, se copian o se transcriben, y habemus columna. No es mala idea, pero se recomienda usarlo con parsimonia: es la demostración perfecta de que lo que hacemos en estas páginas puede muy bien ser hecho por máquinas.

6. La última posibilidad es escribir una columna sobre cómo escribir una columna de principios de año. No gana uno lectores, pero tal vez divierta a los que lleguen.

Feliz año nuevo.


alejandrohope@outlook.com
Twitter: @ahope71

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