El 23 de diciembre, con tremendo despliegue mediático, la mitad del gabinete legal fue a recibir 3000 vacunas contra el Covid-19 al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El tinglado parecía un poco excesivo, dado lo minúsculo del envío, pero se entendía que las primeras vacunas tienen un valor simbólico, similar al de poner la primera piedra de un edificio.

El problema es que, casi dos meses después, han puesto apenas un segundo tabique y no hay en la obra ni varilla ni cemento ni ladrillo ni trabajadores. En los 50 días que han pasado desde el rumboso evento en el aeropuerto, se han colocado 724,707 dosis de la vacuna. Considerando que unas pocas personas ya han recibido dos dosis, eso significa que la inmunización (parcial en su gigantesca mayoría) solo ha llegado a 640,115 personas, equivalente a 0.51% de la población.

El problema, sin duda, no es exclusivo de México. Las dificultades de suministro y dispensación de las vacunas son globales y, con excepciones, no hay nación que se libre. Aun así, lo sucedido en nuestro país hasta ahora es patético.

A la fecha, 85 países o territorios han iniciado un proceso de vacunación contra el Covid-19. Medido en dosis por 100 habitantes, México se ubicaba hasta ayer en el lugar 74. En América Latina, va en el lugar 5 de 9, a pesar de haber sido el primer país en arrancar el proceso.

Chile ha puesto 10 veces más vacunas que México en términos relativos y ya nos supera por 50% en términos absolutos. Brasil empezó su proceso tres semanas después que México, pero ya ha inyectado seis veces más dosis en términos absolutos y casi cuatro veces más en términos relativos. Incluso Costa Rica ha puesto casi tres veces más vacunas por 100 habitantes que México.

El gobierno federal alega que esto ya se va a resolver, que ya vienen vacunas de China, India y Rusia, que se reanudan la semana que entra los envíos de Pfizer, que pronto iniciará la producción de la vacuna de AstraZeneca en México.

Ojalá. Pero después de tantos pasos en falsos y tantas promesas incumplidas, mejor como Santo Tomás: ver para creer.

Pero además estamos ante un fenómeno que crece exponencialmente. Desde el día en que llegaron las primeras vacunas, se han acumulado más de 600 mil casos confirmados. Y según los resultados preliminares de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición COVID-19 (Ensanut Covid-19), hay aproximadamente 30 contagios por cada caso confirmado. Eso significa que, más o menos, se han contagiado en México 18 de millones de personas en los últimos dos meses, un número casi 30 veces mayor que la población vacunada en ese periodo.

Más contagios se traducen casi inevitablemente en más muertes.

Del 23 de diciembre a la fecha, se han registrado más de 50 mil decesos confirmados por Covid-19. Eso equivale, más o menos, a 122 mil muertes en exceso. En tan solo siete semanas. Al ritmo actual, las muertes en exceso desde el inicio de la pandemia van a pasar de medio millón en menos de un mes.

En este proceso, los retrasos matan. Cada semana que se posponga la vacunación masiva son millones de contagios y miles de muertes adicionales. Y eso sin contar el riesgo de las variantes del virus, las ya identificadas y las que se acumulen.

Ante este escenario, el Estado tendría que estar movilizando todos los recursos disponibles para proteger a la mayor cantidad de personas en el menor tiempo posible. Eso no está sucediendo. Por angas o por mangas, por errores propios o problemas importados, las vacunas no están donde deben de estar. Punto.

Eso tiene que cambiar ya.

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