Baptiste Lormand era un exitoso restaurantero francés, avecindado en México desde hace muchos años. El jueves pasado, desapareció sin explicación. Dos días después, su cuerpo sin vida, junto con el de su socio, fue hallado en un paraje baldío por los rumbos del Ajusco.

Por ahora, no se sabe mucho sobre el móvil del doble asesinato. Según Omar García Harfuch, esto no apunta a ser un caso de secuestro o extorsión, sino a un robo: “Hay líneas que apuntan a que quisieron robarles la mercancía que ellos estaban ofreciendo en venta. Al parecer fueron despojados de unas botellas con alto valor comercial.”

García Harfuch es un policía serio que no lanzaría una hipótesis de ese tipo sin contar con evidencias razonablemente sólidas. Pero, más allá de su causa inmediata, esta tragedia tiene un motor estructural: la impunidad.

En México, sale baratísimo matar. La probabilidad de que un asesino sea castigado es bajísima. De acuerdo a un estudio recientemente publicado por la organización Impunidad Cero, solo 11.4% de las carpetas de investigación por homicidio doloso acabó en una sentencia condenatoria. Dicho de otro modo, nueve de cada diez homicidas se salen con la suya.

Esto, valga la aclaración, no es normal. La impunidad genérica en México no es muy distante a la que se puede encontrar en muchos otros países. Pero la impunidad en materia de homicidio sí es muy distinta: en países desarrollados, entre 60 y 90% de los homicidios acaban derivando en una sentencia condenatoria.

Esa diferencia es una de las causas por la que múltiples delitos escalan hasta la violencia letal en México. Un criminal no enfrenta un riesgo considerablemente más alto si acaba matando a sus víctimas. Y eliminarlas puede traer algunas ventajas desde su óptica: acaba con testigos potenciales, intimida a otras posibles víctimas, fortalece la reputación de brutalidad de la persona o grupo involucrado, etc.

Dicho de otro modo, la impunidad no solo multiplica el número de homicidios, sino que también favorece la expansión de otros delitos violentos. En ese sentido, el control de todas las formas de delito violento pasa por la reducción en el número de homicidios.

¿Y cómo se puede lograr eso? El reporte de Impunidad Cero, citado líneas arriba, apunta a cinco tipos posibles de acciones:

1. Intervenciones dirigidas a las personas (víctimas y agresores): esto incluye, por ejemplo, la intervención temprana en casos de violencia al interior del hogar, o programas de interrupción de ciclos de violencia intergrupal.

2. Intervenciones dirigidas a influir en el entorno: esto incluye programas sociales altamente focalizados en zonas con altos niveles de violencia, así como la construcción de mecanismos de mediación comunitaria en esos espacios.

3. Intervenciones dirigidas a lugares: esto incorpora mejoras en el espacio urbano que reduzcan las oportunidades para cometer delitos violentos, así como la ampliación de la presencia policial en puntos calientes.

4. Intervenciones dirigidas a facilitadores: esto abarca acciones para reducir la disponibilidad de armas de fuego, pero también el control del acceso al alcohol y otras drogas.

5. Intervenciones dirigidas a las instituciones: estas acciones buscan reducir los obstáculos a una investigación criminal eficaz. En específico, se propone la creación de unidades de investigación especializada en materia de homicidio.

¿Cómo combinar todos esos elementos? Depende de las características específicas de cada región del país. Pero lo que debería de ser un punto de consenso es la urgencia de contener y reducir la violencia letal en México. No puede ser aceptable que matar sea tan fácil y tan cotidiano.

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