¿Es posible sentirse seguro sin estar seguro? ¿O al revés?

En el plano individual, la respuesta es claramente afirmativa. Los seres humanos tendemos a ser muy malos para medir los riesgos que enfrentamos. Por eso, muchos sienten más miedo al viajar en avión que en automóvil.

¿Pero esos errores de cálculo se reproducen a nivel colectivo? ¿No deberían de anularse entre sí los más temerarios y los más timoratos para llegar en el agregado —así sea en el mediano o largo plazo— a una percepción de riesgo que se aproxime al riesgo objetivo?

Todo esto viene a cuento por una nota aparecida ayer en el diario Reforma en la cual hacían notar la distancia que separa a diversas alcaldías de la Ciudad de México en términos de su percepción de inseguridad , medida en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana ( ENSU ) que produce el Inegi .

Según lo señalado en ese artículo, “Benito Juárez fue [en junio de 2022] la demarcación donde se percibe menor inseguridad, con 24.2 por ciento, aunque sus niveles de incidencia delictiva, en algunos casos, superen a los registrados en Azcapotzalco, donde la percepción de vulnerabilidad es de 72 por ciento.”

Y esa distancia en la percepción no se reproduce en la incidencia reportada: “En Benito Juárez, durante el segundo trimestre de este año, se registraron 48 denuncias por robo de vehículos de cuatro ruedas, 53 por robo a transporte público y 314 por sustracción de autopartes, de acuerdo con las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública ( SESNSP ). En Azcapotzalco, estos delitos sumaron 38, 24 y 99 reportes, respectivamente.”

¿Cómo explicar esa paradoja? El problema no parece ser de tasas, ya que ambas demarcaciones tienen una población equivalente (en torno a 430 mil habitantes).

La paradoja se agudiza si se compara no la incidencia reportada, sino la victimización recogida por la propia ENSU. En Benito Juárez, 34.4% de los hogares tenían al menos un integrante que habría sido víctima del delito en el primer semestre de 2022. El número comparable en Azcapotzalco fue 28.7%.

Parte de la explicación pudiera estar en el tipo de delitos que se cometen en una y otra demarcación. Es cierto que en Azcapotzalco se cometieron un número ligeramente superior de asaltos o robos que en Benito Juárez. Pero la diferencia (9.0% vs 8.4%) no parece ser suficientemente grande para explicar una distancia gigante en la percepción de inseguridad.

Los indicadores que muestran una diferencia más significativa tienen que ver con lo que Inegi denomina atestiguación de delitos y conductas antisociales (es decir, habitantes que afirman haber presenciado una serie de conductas). Por ejemplo, en lo referente al consumo de alcohol en las calles, la diferencia entre Azcapotzalco y Benito Juárez es de 43 puntos porcentuales. En lo referente al vandalismo, la diferencia es de 35 puntos porcentuales.

Puede ser entonces que la percepción de inseguridad esté más determinada por la prevalencia de faltas administrativas que de delitos. Una imagen de cierto orden público (correcta o no) pudiera ser la clave para reducir el miedo al delito. Y esa imagen puede retroalimentarse: a pesar de que Azcapotzalco y Benito Juárez tienen un número similar de asaltos, la diferencia en la atestiguación de esos delitos es de 26 puntos porcentuales. A menor miedo, los delitos se vuelven menos visibles.

Esto no debe de interpretarse como un respaldo a una estrategia de “ventanas rotas”, que privilegie la persecución de faltas y delitos menores. Pero si apunta a que, tal vez, mejorar la percepción de seguridad no necesariamente pasa por la policía o la fiscalía.

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