En solidaridad con los colegas que han sido blanco de ataques presidenciales en la mañanera.

En la noche del sábado 27 de febrero, en la colonia La Jauja, en el municipio de Tonalá, fueron asesinadas a tiros once personas. Dos más acabaron con heridas graves. De milagro, el número de víctimas no fue mucho mayor: en el sitio, fueron encontrados 138 casquillos percutidos.

De las víctimas se sabe poco, salvo que se dedicaban a la construcción. Eran hombres entre 18 y 62 años, sin antecedentes penales, sin nada que permitiera a algún cretino identificarlos como “de ellos” o afirmar que estaban “en algo”. Simples trabajadores que estaban parados frente a una casa, a la espera de su raya semanal.

Decir que fue un ajuste de cuentas perpetrado por un grupo criminal es no decir gran cosa ¿Qué cuentas necesitaban ser ajustadas? ¿Qué grupo pensó que lograría algo con un desplante de violencia extrema? ¿El acto tuvo alguna lógica, alguna motivación medianamente comprensible?

Este hecho puede estar conectado con otras masacres cometidas en la zona metropolitana de Guadalajara en el último mes. Con el asesinato de cinco personas en una casa de Tlaquepaque el 10 de febrero. O con la matanza, una semana después, de tres hombres y una mujer en un parque del municipio de Guadalajara. O con la muerte a tiros de cinco personas en la colonia Guayabitos de Tlaquepaque.

O no. Tal vez no haya entre esos actos ninguna conexión que no sea el gusto por la sangre. Tal vez sean solo una muestra de lo normal que se ha vuelto matar. Y matar en plural.

Antes se me ocurría que un acto de esta naturaleza tenía algún tipo de lógica, que había en esto alguna economía del riesgo y la recompensa que podía explicar la decisión de matar a mansalva, que tal vez fuese posible incidir en las motivaciones racionales de los asesinos.

Esa teoría era un absurdo. Los pistoleros saben que matar a once personas atrae más atención que matar a cinco o a tres o a una. Saben que su riesgo de ser capturados sube con el número de víctimas. Y aun así lo hacen. Aun así, liquidan sin compasión a once albañiles que esperaban su raya. Por error, por diseño o por deporte. Por lo que sea, pero matan.

Es un contrasentido tratar de evitar masacres sin intentar prevenir la violencia letal en todas sus modalidades. Los asesinos pueden matar a once personas porque primero mataron a una y se salieron con la suya. La impunidad deja lecciones inolvidables.

Entonces, si se quiere evitar hechos como los de Tonalá, habría que empezar con los homicidios individuales, los que conducen a cascadas de venganzas, los que mandan el mensaje de que se puede matar sin consecuencias, los que enseñan el gusto de quitarle la vida a otro ser humano.

Tal vez solo así se le pueda quitar normalidad a la violencia letal. Tal vez así pueda volver a ser extremo lo que ya es parte del paisaje.

Solo tal vez. Estos hechos me quitan todas las certezas. Antes pensaba que la locura tenía método, pero ya no estoy seguro de nada.

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