Con la proyección de los primeros resultados de la jornada electoral, van siete apuntes sobre las elecciones

1. Primero una obviedad que merece decirse: el sistema electoral mexicano es sumamente robusto. Caro y excesivamente regulado si se quiere, pero funcional en lo importante: se instalaron más de 160 mil casillas en casi todo el territorio. Hasta en zonas con altos niveles de violencia, las elecciones se celebraron sin mayor problema. En un país como México, no es un logro menor.

2. La violencia fue un problema en las campañas y puede serlo en las semanas que vienen, pero realmente no lo fue en la jornada electoral. Esto no es noticia: hace muchos años que no hay incidentes graves y violencia generalizada en el día mismo de las elecciones. Pero en este asunto, lo aburrido y lo previsible se agradece.

3. En una elección altamente fragmentada, con comicios locales concurrentes en prácticamente todo el país, no hay ganadores absolutos ni triunfos rotundos. Cada uno de los partidos y coaliciones en contienda ganó un pedazo de poder ¿De qué tamaño es cada uno de esos tramos? Al momento de escribir estas líneas, no se sabe, pero algo sí parece estar claro: lo que vimos ayer no fue una marejada electoral como la de 2018.

4. Como México, hay dos. El país está partido casi por la mitad. De acuerdo a encuestas de salida conocidas ayer a las 8 PM, la coalición gobernante (Morena-PT-PVEM) sumaba aproximadamente 47% de los votos, mientras que Va por México (PRI-PAN-PRD) alcanzaban 44% del total, dejando a Movimiento Ciudadano con 5% de los votos. Asimismo, parecía al momento de escribir estas líneas que las gubernaturas en juego se habrían repartido casi por mitades. Si esto era una elección plebiscitaria, parece haber ganado el empate.

5. Esto tiene una implicación que es ineludible: el presidente López Obrador ya no tiene un mandato para una transformación radical de la vida pública del país. Con algo de titubeos, la sociedad parece haber decidido meter el freno y no meterle al acelerador. Lo que quiera hacer de aquí en adelante el Presidente de la República, tendrá que ser más negociado y menos unilateral. Eso o meter al país en una lógica de confrontación de pronóstico reservado.

6. Desde hace tres años, se le ha exigido a la oposición que escuche el mensaje de las urnas y trate de entender las razones de su debacle. Esa exigencia es más que justa y esa reflexión sigue siendo muy necesaria. En muchos sentidos, sigue pendiente. Pero hoy se impone también la exigencia contraria: el gobierno y sus aliados tienen que empezar a escuchar a los votantes de oposición. Es la mitad del país y no es cierto que su motivación única o principal sea la nostalgia por los privilegios perdidos. Hay agravios legítimos, demandas justas y esperanzas rotas de ese lado del espectro. El Presidente y sus colaboradores harían bien en preguntarse por qué generan rechazo en un porcentaje tan elevado de la población. A la par, la oposición tiene que hacerse un cuestionamiento básico: si el ambiente daba para victoria contundente, ¿por qué solo sacaron un empate?

7. Siendo sincero, no confío en que haya esa reflexión de ninguna de las partes. Supongo que lo que viene es una guerra de spin y unas vencidas de tres años. Pero creo que eso es mejor al predominio abrumador del Presidente que hemos visto desde 2018. Esto no es un triunfo categórico del gobierno o de la oposición, pero sí es una victoria de la república: sus instituciones fundamentales van a sobrevivir.

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