En el imaginario público mexicano, el narcotráfico es un asunto eminentemente físico, donde dominan la fuerza y la corrupción. No se le ve como una actividad que puede ser subvertida por la innovación tecnológica.

Sin embargo, eso es lo que ha venido sucediendo desde hace más de una década. El tráfico de drogas se está mudando, gradual pero irreversiblemente, a internet. En 2013, las autoridades estadounidenses desmantelaron una plataforma conocida como Silk Road, un mercado virtual de sustancias ilícitas (y otras actividades ilegales) en el cual se habrían intercambiado cientos de millones de dólares.

Eso no fue más que el principio. Desde entonces, han surgido decenas de plataformas similares, algunas de las cuales han llegado a tener hasta 400,000 usuarios activos. La desactivación de algunas por parte de las autoridades ha abierto oportunidades para varias otras.

La expansión de estos mercados ha sido posible por la confluencia de dos tecnologías: 1) las criptomonedas (particularmente el bitcoin), las cuales permiten realizar pagos anónimos en línea, y 2) herramientas que esconden las direcciones de IP de los usuarios, como TOR (The Onion Router) o I2P (Invisible Internet Project). Asimismo, estos mercados virtuales ilícitos han adoptado algunas prácticas de los mercados legales, como las calificaciones entre vendedores y compradores, para incrementar la confianza de los participantes.

Según un reporte del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (EMCDDA por sus siglas en inglés), estos mercados representan todavía una fracción muy pequeña del comercio de drogas (https://bit.ly/3mZa0KB). Hay restricciones serias para el crecimiento de esas plataformas.

En primer lugar, los usuarios tienen que tener cierta sofisticación tecnológica para acceder a criptomonedas y herramientas como TOR. A esto hay que añadirle que, al tratarse de mercados ilegales, no hay recurso ante un fraude. Hay ya ejemplos de estafas que involucran a este tipo de plataformas.

Está también el problema nada trivial de las entregas al consumidor final. Ya sea que el envío sea por paquetería o correo, hay posibilidad de decomiso, particularmente al cruzar fronteras internacionales. Ante ese riesgo, muchos consumidores tienen temor de que, en vez de las drogas, llegue la policía su domicilio.

Ninguna de esas restricciones parece insuperable. El uso de las criptomonedas se va a masificar en la próxima década. Asimismo, es muy posible que futuras versiones de TOR o I2P se vuelvan más sencillas e intuitivas. En paralelo, podrían surgir con procesos más robustos de certificación de vendedores y compradores. Por último, es probable que se desarrollen métodos para reducir el riesgo de detección de paquetes (por ejemplo, drogas más potentes por gramo).

Con todos sus bemoles, está en marcha una disrupción del mercado de drogas ilícitas. Y eso tiene implicaciones para un país como México. Las amplias redes de producción, trasiego y distribución que denominamos cárteles podrían verse sustituidos (al menos parcialmente) por estos mecanismos de mercado más descentralizados. Si un distribuidor en Estados Unidos quiere fentanilo, ¿por qué se lo compraría a un mayorista armado si puede obtenerlo a vuelta de correo de un productor en China? ¿Y por qué correría el riesgo de venderlo en la calle si lo puede distribuir desde casa?

Citando al estudio de la EMCDDA, en esta nueva era “tener un buen servicio al cliente, habilidades de escritura y una buena reputación, a través de comentarios…puede ser más importante que los músculos y las conexiones cara a cara.”

Aún estamos lejos de ese escenario, pero no parece un futuro necesariamente malo.

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