Alexander Hamilton es uno de los personajes más importantes de la historia de Estados Unidos. Su papel como estratega durante la Guerra de Independencia fue fundamental. Hamilton, además, ha cobrado especial fama internacional gracias al exitoso musical homónimo de Broadway. No existe prueba fehaciente de su nacimiento, pero se dice que fue entre 1755 y 1757 en una pequeña isla del Caribe llamada Nevis, que junto con la isla San Cristóbal (también conocida como Saint Kitts) forman un solo país, perteneciente a la mancomunidad de naciones británicas.

Los padres de Hamilton nunca se casaron, por lo tanto, él siempre fue objeto de burlas y críticas por provenir de una unión considerada ilegítima. Adicionalmente, su padre abandonó a su familia y su madre murió cuando él apenas tenía trece años, lo cual lo orilló a crecer en la orfandad, con escasos recursos económicos y limitadas oportunidades educativas. Durante este periodo, Alexander Hamilton trabajó en las áreas de ventas y contabilidad de una comercializadora. Su curiosidad y apetito intelectual le hacían combinar sus actividades laborales con la lectura de los libros que encontraba. Desde entonces mostraba admiración por los clásicos. Inspirado por las obras de Plutarco, Hamilton se veía a sí mismo como un hombre de Estado.

Al ver que era un joven brillante, eficiente y talentoso, su jefe, Nicholas Cruger, le ofreció becarlo para estudiar en Nueva York, oportunidad que Hamilton no dejaría pasar. Ya instalado en la gran metrópoli, estudió derecho en la prestigiada universidad de Columbia, que en aquel tiempo se llamaba King's College. Durante sus estudios, destacó por sus habilidades como orador y escritor, por lo que se convirtió en uno de los estudiantes más sobresalientes. Por otro lado, empezó a crecer en él un espíritu crítico y revolucionario que lo llevó a involucrarse en el movimiento de los Hijos de la Libertad, que protestaba por los impuestos que la Corona Británica había declarado para las colonias de ultramar.

Hamilton llamó a boicotear los bienes importados de Inglaterra y rápidamente se sumaría al movimiento de independencia de las trece colonias. Él no sólo participaría en la Guerra de Independencia como ideólogo, sino que también se sumaría al Ejército Continental comandado por George Washington, quien más tarde sería el primer presidente de Estados Unidos. Alexander Hamilton, con apenas 21 años, se convirtió en capitán de artillería; a pesar de su poca experiencia, logró consolidarse como un hábil militar y comandar algunas de las misiones más importantes. Su sagacidad y apariencia en el campo de batalla le valieron el mote de “pequeño león”.

Una vez alcanzada la independencia, el reto era construir una nación cohesionada que mantuviera algunos valores de Europa pero que evitara los excesos de una monarquía. El debate ahora se enfocaba en si debía existir un gobierno federal fuerte o que las colonias mantuvieran una relativa autonomía. Para resolver esta cuestión, cada estado envió delegados a una convención para redactar una Constitución. Este texto, que sería una victoria para los defensores del federalismo, requería de la aprobación de la mayoría de los estados.

Por ello, Hamilton, quien había sido uno de los principales redactores y un activo defensor de la carta magna, inició junto con James Madison y John Jay una serie de publicaciones en distintos periódicos con argumentos filosóficos y jurídicos para defender el texto y promover así su aprobación. El federalista, como se conocería a esta serie de impresos, se convertiría a la postre en una obra imprescindible del pensamiento político occidental.

El 21 de junio de 1788, luego de la ratificación de Nuevo Hampshire, la Constitución fue aprobada por la mayoría de los estados y así inició una nueva etapa en la vida independiente de los Estados Unidos. En el gobierno formado a raíz de este proceso, Hamilton se convertiría en el primer secretario del Tesoro y el principal hombre que sentaría las bases del sistema financiero americano.

Su trayectoria política también le generaría múltiples adversarios, al grado de que se utilizaron panfletos y diversas publicaciones para manchar su honor y prestigio. Cansado de esta situación y con ánimo de defender su nombre, Alexander Hamilton aceptaría librar un duelo con uno de sus principales antagonistas, Aaron Burr, quien ostentaba el cargo de vicepresidente en la administración de Thomas Jefferson.

Lamentablemente, Hamilton perdería la vida producto de este episodio y así se apagaría la luz de uno de los personajes más fascinantes de la historia de Estados Unidos, un hombre hecho a sí mismo que, a pesar de los obstáculos y adversidades que vivió en su infancia, logró trascender en los anales de la historia y consolidarse como uno de los principales fundadores de una de las naciones más poderosas del mundo.

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