Señala B. de Sousa (La cruel pedagogía del virus, 2020), que “La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación normal. Desde la década de los ochenta, a medida que el neoliberalismo se impuso como la versión dominante del capitalismo y este se sometió cada vez más a la lógica del sector financiero, el mundo ha vivido en un estado de crisis permanente […] oxímoron, ya que, en el sentido etimológico, la crisis es, por naturaleza, excepcional y temporal”. De manera similar, N. Klein plantea que pensar en la vuelta a la “normalidad” debe ser objeto de crítica y reflexión, pues “la normalidad no es otra cosa que una "crisis permanente", de allí la precaución de no pensar en volver a ella sin cuestionamientos, lo que exige preguntarnos y trabajar sobre una nueva cuestión social. El Foro Social Mundial pone sobre la mesa, y en la realidad, múltiples preguntas y acciones, son parte de los desafíos.

¿Estamos saliendo de la pandemia? Si volteamos la mirada hacia Corea del Norte, nuestro campo de seguridades se desvanece. Más allá de la respuesta, desde donde nos situemos, no hemos hecho un balance riguroso de lo aprendido y lo pendiente de la pandemia. Apartémonos de esto un poco: más claro todavía es afirmar que la crisis persiste, que lo excepcional y lo temporal “se desvanece en el aire”. Las declaraciones de Finlandia y Suecia de una posible incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con la actitud de guardaespaldas de B. Johnson, que no contribuye para nada en la distensión, son expresiones concretas de la condición de fragilidad y crisis en que estamos como civilización humana. Simplemente, vale preguntarse ¿qué pasaría si México decidiera instalar una base militar rusa en la frontera con Estados Unidos, una frontera más larga que la de Finlandia con Rusia, es cierto, pero a la que habría que sumar la frontera de Ucrania con Rusia, de poco más de mil quinientos kilómetros?

Concentremos nuestra atención en un problema vigente y en crecimiento: la gravitación de la tecnología de la información y la comunicación con efectos múltiples: un modelo de negocios exitoso, que además se encadena a la garantía de un mercado futuro, por todo lo que significa la obsolescencia programada, y con una población que día a día incrementa su incorporación en el uso de las redes sociales. Facebook creció en 2022 un 6,2% respecto a 2021 (2 mil 910 millones de usuarios). En general, el número de usuarios en internet aumentó en 4%. Youtube, por su parte, alcanza a 2 mil 562 millones, y whatsApp llega a los 2 mil millones. ¿Qué levante la mano quien no haya usado google, y en consecuencia, como plantea I. Ramonet (2016), ha dejado sus datos, por lo que “google sabe todo de ti” (de nosotros)?

Recontramillonarios, poderosos, con capacidad e influencia para estar presente en los sentimientos, temores y anhelos de las poblaciones, sin capacidad de competencia de las formas de organización política tradicional. Para el caso, la compra -en suspenso- de E. Musk para apuntalar la democracia, a lo que le siguió el twitter de M. Macri –ex presidente argentino-: “Felicitaciones a @elonmusk por asumir el enorme desafío de trabajar para que Twitter sea una garantía de libertad de expresión en el mundo entero. Sin libertad de expresión no hay democracia”. Democracia con el verbo encarnado de google, facebook, twitter, etc.

No se puede disminuir la capacidad de organización militante, pero tampoco soslayar la capacidad de dominación, en el sentido weberiano, de capacidad de generar obediencia.

Lo que planteaba N. Klein hace dos años (Distopía de alta tecnología: la receta que se gesta en Nueva York para el post-coronavirus), está en la Séptima avenida en Manhattan, y en Monterrey, y en la Pantitlán. Actualizando a la Güera Rodríguez, fuera de México todo son redes.

Capitalismo mutante, poderoso, en mudanza sistemática de las formas de vigilancia. Parece prehistoria el argumento de las desembocaduras de la vigilancia y el castigo, que plantean Cunjamá y Loria (2010): "La técnica de la vigilancia es un procedimiento que desde su invención ha sido perfeccionada y desarrollada sin cesar, por lo tanto, sus instrumentos y aparatos han pasado por el mismo proceso. De la torre vigía a las cámaras, del garrote a los inmovilizadores eléctricos". La inclusión de mecanismos de vigilancia en los diferentes dispositivos es una historia a la que empalidece Black Mirror.

Aportando a la discusión, Gaytán (2010) señala que “La construcción sociomediática del sujeto peligroso produce una subjetividad del miedo des-politizador y des-civilizatorio con fines no sólo de gubernamentalidad por parte del régimen urbano, sino que también significa un gran negocio, es decir, el miedo produce beneficios económicos a los dueños de la industria de la vigilancia”.

Las máquinas, concretamente el proceso colectivo de digitalización, proceso diseminado en grandes franjas sociales, constituyen el punto de articulación de y entre generaciones. Conexiones y puentes de vinculación y sedimentación de nuevos territorios culturales. No es coincidencia, sino entramado. No es aleatorio, sino vinculación, como atadura.

En la condición histórica actual estamos más vigilados que nunca, y aceptamos de manera tácita esa vigilancia. Esta es una de las cosas en la que no nos hemos detenido a reflexionar, al menos de manera suficiente. Como plantea N. García Canclini (2020), “Asumiremos que los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), al reformatear el poder económico-político, redefinen el sentido social: los hábitos, el significado del trabajo y el consumo, la comunicación y el aislamiento de las personas. No son sólo los mayores complejos empresariales e innovadores tecnológicos, también reconfiguran el significado de la convivencia y las interacciones”; “bajo el pretexto de la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por el poder de controlar las vidas” (Klein). Por cierto, cuando se alude a las vidas, son las nuestras –nosotros como materia prima, objetos-. La distopía está en curso.

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