Terminó un abril jamás previsto, en confinamiento; el más largo en el almanaque de la historia contemporánea. Tendrá un resguardo en nuestro recuento de vida. Pero en esta ocasión vale la pena referirse a otros abriles, que “a fuerza de golpes fuerte, y a fuerza de sol bruñido”, recordando a M. Hernández, forman parte de la memoria colectiva.

Y allí está la Segunda República Española (14 de abril de 1931 al 01 de abril de 1939). Y la historia de las dos Españas, y después el exilio, los más de cien mil desaparecidos en esa noche larga del franquismo. Recordemos las palabras de A. Machado, cuando es llamado para izar la bandera tricolor en Segovia: “¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! (...) Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra república de la mano. Y la noche”.

Confinado muchos abriles, al poeta M. Hernández la pesadilla en España le arrancaba la libertad. En su encierro sus palabras apuntan a que su hijo le hace libre, le pone alas, “soledades me quita, cárcel me arranca…”, en tanto León Felipe repetía machaconamente el “¡Qué pena que sea siempre de la misma manera...los mismos tiranos y los mismos poetas!”. Ese abril de esperanza de una España después mutilada, nos acompaña.

En el registro arbitrario que hacemos, pasarán muchos años. En nuestro continente, al Sur, un 30 de abril de 1977, las madres de desaparecidos se presentaban en la historia. Lo que demandaban era la presentación con vida de sus hijos (eso que cada 26 de mes está presente en la historia mexicana). Ni la prohibición de que se juntaran ni los caballos apretando sus cuerpos, ni el calificativo de “locas” y el veneno de “por algo será”, las hicieron abandonar al silencio y olvido a sus hijas e hijos. Tampoco la dolorosa complicidad de gigantes de la cultura: el “caballero”, en palabras de JL. Borges, el “hombre culto, modesto e inteligente”, en la alusión de E. Sábato, palabras de estos magos de la literatura sobre JR. Videla, el general, en un momento de gran fuerza de la Junta Cívico Militar. Este militar despiadado, sin desparpajo señalaba: “Desde el punto de vista ético no tiene sentido negar que en nuestro país han desaparecido personas. Hay diferentes razones, no siempre demostrables: algunos de esos desaparecidos pasaron a la ilegalidad; otros fueron muertos por sus compañeros por traición; muchos se suicidaron por desesperación y, finalmente algunos murieron por procedimientos apresurados de las fuerzas de seguridad”. Los menos, los “algunos”, por errores, no porque fuera una batalla cruenta que no planteaba límites. A fin de cuentas, era un argumento para consolidar lo que vendría después, la teoría de los dos demonios (las fuerzas armadas argentinas, por un lado, los segmentos sociales disidentes, por el otro, como si existiera equilibrio en todas las dimensiones de lo que implica una confrontación militar, y en consecuencia edulcorando la represión militar sin límites).

Esas Madres y Abuelas cambiaron la historia, sin que en ese 30 de abril de 1977 imaginaran lo que devendría. En su perseverancia, de reivindicar a sus hijos, de reclamar a sus nietos, su impacto tocó toda la sociedad argentina. También, en un abril de hace 35 años, comenzaba el juicio a los militares que habían participado en el golpe de Estado en Argentina. Y allí estaban reunidos los expertos en aventar desde los vuelos de la muerte a muchachas y muchachos desde aviones en vuelo. Los expertos en la picana; los que secuestraron a las hijas e hijos de las mujeres y hombres que habían secuestrado. Un círculo completo de la imposición del odio. En la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en la parte alta de ese edificio del terror, hoy un resguardo para la memoria, para que prevalezca el ¡Nunca Más!, allí una muchacha con sus manos de jovencita escribía completa la canción de JM Serrat De parto: “Se le hinchan los pies, el cuarto mes le pesa en el vientre”. Una canción larga, escrita cuidadosamente, seguro cantándola a lo que llevaba en la panza.

Como la historia no es lineal, a pesar del gran esfuerzo social por un castigo ejemplar a los genocidas, muchos de éstos –hoy viejos, como si los muchos años y surcos en la piel estuvieran aparejados a la bondad- están en prisión domiciliaria. Para que no quede en el tintero: la violación de la norma jurídica en la época del ex presidente M. Macri contribuyó en este infortunio.

Frente al dolor descrito, también en un abril, en este caso de 1995, se funda uno de los capítulos más emblemáticos de la historia latinoamericana: la fundación de H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), integrada inicialmente por los hijos de detenidos–desaparecidos, ex presos políticos, exiliados durante la junta militar en Argentina. Son los hijos e hijas a los que les arrebataron sus padres.

Las Madres, Abuelas, H.I.J.O.S., cambiaron la historia. Tanto que otros hijos e hijas (los fundadores de la agrupación Historias Desobedientes en mayo de 2017)- https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/70206/CONICET_Digital_Nro.41cf167c-e2dc-4bf3-8b8b-7a3253fa9c28_A.pdf?sequence=2&isAllowed=y- son una generación que reniega de los padres represores. De los que quizá abrazaron a sus hijas e hijos, pero segaron la vida de otras/otros. Son historias de mucha tensión y sufrimiento. Tomar la decisión de negar al padre, ofrecer un testimonio en contra de él porque fue un genocida, se escribe fácilmente, pero ¿cómo se vive esto? ¿Cómo se vive con esto? A unas/unos les destruyeron su historia familiar; otras/otros decidieron destruir su historia familiar. Razones distintas, pero que se encuentran.

En lo cotidiano muchos represores cuidaban de no dejar rastros de su actividad. Otros sí. Tener el valor de descubrir que tu padre es un represor, es algo que desborda lo ordinario. Y es la historia que cuenta la hija de M. Etchecolatz: “Mariana supo de grande que su madre intentó varias veces escaparse con ella y sus dos hermanos. Lo planeó varias veces. Etchecolatz se dio cuenta y la amenazó: ‘Si te vas te pego un tiro a vos y a los chicos’”. Frente a esta crudeza, la solución no fue lavar la ropa sucia en casa, sino hacer visible el drama, por lo pronto, con la solicitud de cambiar su apellido, “He decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror” (Página 12, 13/05/2017).

Estamos aún en abril trazando algunas líneas. Las Madres-Abuelas: "Ustedes han madurado, nosotras vamos al ocaso”, refiriéndose a las hijas/hijos y nietos. No es una historia argentina “…no, la única división que recorre el país está entre los que acompañaron a las Madres y los que miraron para otro lado cuando las vieron marchar”, nos recuerda el incisivo Bayer. Traslademos esta reflexión a nuestros desaparecidos, a las fosas clandestinas, a los que miran hacia otro lado.

Este abril las plazas argentinas no contaron con las Madres y Abuelas. En México los papás de los 43 no marcharon, tampoco olvidaron un segundo a sus hijos. Se están cuidando para salir a la calle en cuanto puedan. Ya vendrán otros abriles.

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