El ex presidente argentino Mauricio Macri, en una entrevista reciente (programa en televisión Verdad/Consecuencia), puso en duda los resultados electorales en el próximo proceso electoral. Poco acostumbrado a las repreguntas, cuando se le inquirió sobre sus comentarios (poca transparencia y presencia de mafias), en el que se subrayaba que hasta el momento no se habían presentado problemas, demandándole que expusiera su evidencia empírica, ganaba el silencio. A lo más, apuntó a especular que los avances de la fuerza política oficial se traducirían en un atentado a la democracia. Concretamente, la Cámara Nacional Electoral, cuestionó los planteos de Macri, dirigiendo un documento al presidente del Consejo de la Magistratura, en el que señalaban: “La calidad del sistema democrático depende -entre otros aspectos- de la confianza que tengan los ciudadanos en los procesos electorales a través de los cuales eligen a sus representantes y el cuestionamiento infundado a la integridad de la autoridad electoral debilita esa fundamental confianza pública”. Más allá de la respuesta –y el ridículo desde cierta lectura-, Macri cumplió su tarea de sembrar dudas.

Keiko Fujimori, candidata a la presidencia en Perú por Fuerza Popular, hija del ex presidente Fujimori, actualmente en prisión –y ella quizá con una suerte similar en el futuro-, señala por su parte que el proceso electoral en el que los resultados electorales la ponen en desventaja, se presentaron anomalías (cambio en resultados y firmas que no correspondían a los representantes, argumentaba), sin presentar evidencias –de hecho, la gran mayoría fueron desechadas-. Las trampas –dice Fujimori-, se dieron en la zona rural, donde fue abrumador el voto hacia Pedro Castillo –el sencillo maestro rural-, ganador de la elección, no en Lima donde domina la oligarquía. Sus reclamos al tribunal electoral han sido infructuosos, lo mismo que los llamados al presidente peruano, Francisco Sagasti, al gobierno norteamericano, incluso en la OEA donde los observadores no encontraron anomalías en el proceso electoral.

Acostumbrados a no perder o arrebatar, la candidata de la fuerza Perú Libre pide una auditoría internacional, difícil de prosperar, aunque por la trayectoria de Luis Almagro, secretario de la OEA, se acepta cualquier hipótesis. No debe soslayarse, para nada, la intervención de Vladimiro Montesinos (desde prisión ejerciendo acciones ilegales), el lugarteniente de Alberto Fujimori, para alcanzar, mediante sobornos, torcer el brazo de los representantes del Jurado Nacional de Elecciones (JNE). En este sembrado de dudas, el JNE ha rechazado las impugnaciones sistemáticamente enarboladas por Fujimori, construyéndose un ambiente de crítica por la acción de la candidata por socavar el marco institucional.

Mario Vargas Llosa reclamaba el apoyo a Fujimori, con tal de detener a Castillo y la pérdida de libertad en Perú, argumentando que “Si este candidato sube a la presidencia, la catástrofe que van a soportar todos los peruanos será inconmensurable y tendrá mucho que ver con la que vive Venezuela" –el carrito de batalla de la derecha continental-. La democracia no importa, frente al establishment.

Donald Trump, en sus reclamos ordinarios por el proceso electoral en el que no fue favorecido, insiste sobre el fraude en las elecciones, y en igual proporción persiste en no presentar pruebas. Como en las elecciones de medio tiempo en México, en que la tarea de los grupos opuestos a López Obrador era evitar la sobrerrepresentación, Trump es enfático: "Recuperaremos la Cámara, recuperaremos el Senado y recuperaremos Estados Unidos, y lo haremos pronto". En una parte significativa de la sociedad norteamericana se inoculó el argumento de la duda frente a los resultados electorales, con la inestabilidad política que le acompaña.

En México hay matices, se presenta una historia diferente. Los resultados de 2018 no fueron cuestionados, aunque también sin evidencia empírica, Roger Bartra argumentaba que entre 8 y 10 millones de votos se habían canalizado a López Obrador por el gobierno de Peña Nieto y del PRI, que como se apuntaba en una colaboración anterior llevando a porcentajes oscilaba entre 26,6% y 33,2% de la votación total obtenida por AMLO. A todas luces un argumento difícil de sostener.

En fin, sin ninguna preocupación real por la democracia, en los casos enunciados destaca la insoportable pesadez de la derrota.

UAM Xochimilco

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