De niño fui, lo acepto, de los “teleniños”. No pongo sobre la mesa toda la serie de programas que me chutaba; me gana el pudor. En las aventuras frente a la pantalla, uno de los programas que seguía era El túnel del tiempo. Catalogado como de ciencia ficción, al mismo tiempo, los que éramos niños, supongo, no nos dábamos cuentas de la insaculación de la historia, no nos percatábamos de la construcción narrativa intencionalmente diseñada, es decir, de la forma en que eran abordados los acontecimientos que acompañaba cada uno de los episodios.

Se habla de que fueron 30 episodios. Eso lo veo en Wikipedia. Siempre hubiera imaginado que fueron muchos más, quizá por la forma en que se mira y vive el tiempo cuando uno es niño (o niña, me imagino que les pasaba lo mismo): en el túnel del tiempo de la infancia los viajes son más largos, los abuelos eran más viejitos, aunque estuvieran entre los 50 y 60 años (viví, muchos años después, esta situación en la relectura de dos trabajos de Mario Benedetti, Gracias por el fuego, y La tregua, en donde los personajes de entre 50 y 60 años ya estaban listos para jubilarse, en un caso con disfunciones corporales, con las huellas notables del paso del tiempo; las cosas han cambiado mucho, y no se trata de un argumento personal, aunque lo sea).

Regresando a El Túnel…, allí los doctores (científicos) Tony Newman, Ann McGregor y Douglas Phillips nos contaban la historia a su manera. Hagamos un viaje, en este caso fuera de los episodios registrados por el programa de la tele (no era televisor ni televisión, era tele). Viajemos en el tiempo -soñar no cuesta nada- a Escocia, concretamente, a New Lanark, a principios del siglo XIX. Y allí nos encontramos, como entraban los protagonistas, haciendo maromas en una fábrica, dirigida en este caso por Robert Owen. Como los demás trabajadores, Tony y Doug, ya más en confianza, ven aumentar sus ingresos y disminuir las horas de estancia en la fábrica. Nuestros personajes se sorprenden de no vivir en una fábrica tipo “presidio atenuado”, sino un espacio de trabajo donde se cuida al trabajador (¡1800, esto es, desde 2024, 224 años atrás, de la serie, ubicando 1967, 167 años!). Mientras que en las demás fábricas lo ordinario eran jornadas de trabajo de 12, 14 y hasta 16 horas, en la fábrica de Owen se trabajaba 10 horas y media. Asimismo, las mujeres embarazadas eran apartadas de la carga de trabajo más pesada, a la par de dejar de trabajar para prepararse para el parto, todo esto sin que se suspendieran los salarios. Se vive una crisis en Inglaterra, que obliga el paro de actividades, por un lapso de cuatro meses. Pero en la fábrica de New Lanark, bajo la dirección de Owen, se siguieron pagando los salarios completos (algo así, parcialmente, sucedió en la Argentina de la pandemia, cuando estaba en la presidencia Alberto Fernández, pues el gobierno se hizo cargo de parte de la nómina, del 50% de los salarios registrados, lo que fue un golpe a muchos empresarios que tenían en muchos casos formalmente registrados a sus trabajadores con ingresos menores, completando los ingresos por fuera, como mecanismo de evasión fiscal; otras experiencias en Europa apuntaron en el mismo sentido).

De nuevo en New Lanark, de repente otra sorpresa para Doug y Tony: los niños, los dedos finos, no estaban en la fábrica, había niños, pero su tiempo no estaba destinado al trabajo fabril, lo dedicaban a ir a la escuela, desde los dos años (salvándose más de uno de, en la vida, parecerse a Oliver Twist, en los malos momentos que vive). Andrew

Ure (1845), con un tono colorido, se refería a la población infantil trabajadora de que “Todos parecían alegres y alertas, complaciéndose en poner en juego los músculos, sin fatiga, gozando plenamente de la vivacidad natural de su edad... Daba gusto observar la agilidad con que reunían los hilos rotos cada vez que retrocedía el carro del telar y verlos entretenerse en todas las posiciones imaginables, tras los pocos segundos de actividad de sus finos dedos, hasta terminar la retirada y el enrollado”. Lo que no cuenta Ure es que, en muchas ocasiones, al destrabar los hilos, se ponía nuevamente en funcionamiento la máquina, atrapando los dedos finos de los niños o niñas que realizaban esa actividad, mutilando y/o generando la muerte de esos “elfos ligeros”, que parecían jugar, pero retaban en lo ordinario la muerte. Tony y Douglas vivían esto, sin ignorar (recordemos que estaban viajando en el tiempo, lo del siglo XIX lo conocían) que la historia de los mártires de Chicago se desarrollaría en 1886, es decir, más de ochenta años después, y que las demandas centrales de los obreros de Chicago eran por disminuir la jornada laboral que comúnmente podía ser de 12 horas -y no era raro, se extendiera hasta 16 horas-, a 8 horas. Ellos estaban en New Lanark, en jornadas de trabajo más reducidas, mejor pagadas y en condiciones que se distinguían de las prácticas de los pares industriales de Owen.

Todo marchaba bien en New Lanark, aunque los señores de la industria de la región, que primero habían admirado a Owen por sus posturas filantrópicas, cuando vieron que la experiencia obrera en esa fábrica de hilado de algodón cuestionaba la presencia de los dueños y gerentes, de supervisores, al impulsar una lectura del hombre, del trabajador, diferente a la dominante en los círculos de ese capitalismo incipiente, lanzaron las baterías contra Owen (F. Engels alude a tres puntos de tensión: “la propiedad privada, la religión y la forma vigente del matrimonio”, todo ello muy relacionado con la estirpe y la herencia). Frente a las condiciones de vida humana que impulsaba Owen, la degradación de las condiciones de trabajo. Vale traer a la escena la descripción de Karl Marx (1976), cuando refiere que “Se implantó la práctica del trabajo nocturno; es decir, que después de tullir trabajando durante todo el día a un grupo de obreros, se aprovechaba la noche para baldar a otro; el grupo de día caía rendido sobre las camas calientes todavía del grupo de noche y viceversa. En Lanscashire hay un dicho popular, según el cual las camas no se enfrían nunca”. Y en cuanto a la extensión de la jornada de trabajo, como un abuso cotidiano, el historiador E.P. Thompson (1979) cita un testimonio elocuente: “Allí trabajamos mientras pudiéramos ver en el verano, y no sé decir a qué hora parábamos. Nadie si no el patrón y su hijo tenía reloj, y no sabíamos la hora. Había un hombre que tenía reloj… Se lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón porque había dicho a los hombres la hora”. No es necesaria la moraleja. Más allá de las limitaciones históricas que se impusieron a un proyecto que se adelantaba en el almanaque, por su empeño se legisló sobre la limitación del “trabajo de la mujer y del niño en las fábricas”.

Ahora veamos a Doug y Tony en 2024, en un viaje largo, de New Lanark a Argentina. Para no desacostumbrarnos, llegan los protagonistas haciendo maromas, circo y teatro, por lo que no son ni medianamente sospechosos de llegar de otros tiempos, más allá de su ropa muy de blanco y negro (en esa condición tecnológica veía el programa). En medio de una multitud, sobre todo de jóvenes, escuchan y vibran con el entusiasmo cuando se grita en varias ocasiones “Policía, policía, policía”, así como el festejo colectivo del ¡No hay plata! En activo, en la movilización popular contra la casta, se detienen

atentamente en varias cosas de la Ley ómnibus. Ven que los cambios que se proponen en lugar de mejoría para las personas comunes, les alteran las condiciones de vida (¿esto es la lucha contras la casta o fue un problema de traducción?, se preguntan). A los trabajadores no se les considera la necesidad de regular horarios, es decir, jornadas de trabajo, al mismo tiempo que les cercenan derechos (Tony y Doug se miran y recuerdan las diferencias con la experiencia que vivieron en New Lanark). En lo que hace a los salarios, si avanza la Ley ómnibus, adiós a la regulación, que avance el mercado, esto es, la ley del más fuerte. Jornadas de trabajo extensas, reducción de derechos (por ejemplo, disminución y agilidad en el costo del despido), al verlos como costo de nómina y no redistribución de la riqueza socialmente producida, a lo que hay que sumar los impactos en la educación: para la universidad pública, opción de ingreso por examen o curso nivelatorio; en el caso de la educación primaria, la posibilidad del “homeschooling” (¡Oh yes!), a partir del cuarto año de primaria, lo que se traduce en la no obligatoriedad de ir a la escuela (en parte, por desconfianza hacia el profesorado, al ser transmisor de ideología, por otro, por quitar al Estado parte de la carga escolar, depositando la responsabilidad en las familias, como una forma de abaratar costos del Estado, al disminuir el peso de la nómina de los docentes, y en casas, bajo un argumento en general conservador de que es una tarea de la familia la enseñanza, despojando a la educación de la sociabilidad entre pares), convirtiendo a la población infantil pobre en potencialmente el ejército industrial de reserva para la reproducción de la precariedad, como proceso amplio de adaptación social. Juntemos este combo junto con Tony y Doug: precariedad laboral, empobrecimiento de los padres, ausencia del tutelaje estatal en la presencia infantil en las aulas, y una pregunta: ¿a qué miembro de la casta le perjudican estas medidas? De la casta real, a nadie, sí a los trabajadores y los grupos socialmente más vulnerables.

En esta historia de El túnel del tiempo, nuestros personajes reflexionan que Owen se adelantó 200 años en el tiempo, con una agenda vigente, mientras que parte sustancial de lo planteado por la Ley ómnibus no detienen el calendario, al contrario, atrasan el reloj. Recordemos a Thompson, cuando cita el testimonio del trabajador al que le quitan el reloj, “Se lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón porque había dicho a los hombres la hora”. En el caso que nos ocupa, se lo quitaron a la sociedad y sus avances y lo pusieron bajo custodia de la casta y de un presidente que dice ser moderno, pero mira frecuentemente con nostalgia el pasado (más conservador). Espero que no sean devorados Doug y Tony en el experimento argentino, y puedan proseguir su viaje en el tiempo. Pero, sobre todo, espero que la sociedad argentina no sea fagocitada en este experimento conservador.

(Profesor UAM)

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